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De niño, mis padres solían llevarme al laberinto de Horta, una enorme extensión verde que se levanta en la ladera de la sierra barcelonesa de Collserola. Allí, perdido entre aquellos para mí enormes muros de cipreses recortados que dibujaban los estrechos pasillos del laberinto, pasaba muchas mañanas de domingo, deseando encontrar la ansiada salida. Acertar con el camino correcto, no era una meta fácil. Todo eran dudas. Muchas veces intentaba acortar con atajos imposibles que me llevaban de nuevo a la entrada del laberinto; en ocasiones buscaba aliarme con otros críos tan perdidos como yo en una búsqueda conjunta, casi desesperada, que resultaba frustrante; y en otras, recababa los consejos de mis padres y de otras voces expertas que intentaban guiarme en vano. Cada intento en falso de buscar la salida al embrollo laberíntico añadía decepción, frustración y cansancio.

La situación actual de Cataluña guarda muchos paralelismos con la de un laberinto del que no se ve la salida y que sólo provoca  en la sociedad catalana y española decepción, frustración y también cansancio, mucho cansancio. Los ingredientes del laberinto catalán son insólitos: La macrocausa del procés abierta por el Tribunal Supremo tiene ya 28 imputados  (Artur Mas y Anna Gabriel, de la CUP, son algunos de los últimos en sumarse a la lista de investigados);   la jueza central de instrucción número 3 de la Audiencia Nacional, Carmen Lamela investiga la participación de los Mossos d’Esquadra en el procés, en una causa en la que está imputado el exmayor Josep Lluis Trapero; y el Juzgado de Instrucción número 13 de Barcelona investiga la organización del referéndum del 1 de octubre. En paralelo, el Tribunal Constitucional deberá resolver los recursos presentados por Podemos y por la Mesa del Parlament contra la aplicación del artículo 155

Y en medio de este escenario surrealista, Carles Puigdemont, sigue exiliado. ¿Qué hará el presidente virtual de Cataluña? Tiene dos opciones: seguir en Bruselas o ingresar en la cárcel de Estremera, la misma en la que lleva Oriol Junqueras desde el 2 de noviembre cuando fue acusado de rebelión, sedición y malversación de fondos.

El ridículo podría llegar a límites insospechados si Puigdemont regresa a España, ingresa en prisión y obtiene un permiso penitenciario para ser investido president en la sesión de investidura. De esta forma, se impondría la esquizofrenia de forma definitiva en la política catalana. El próximo 17 se constituye el nuevo Parlament surgido de las elecciones del 21 de diciembre. Ya hay quien apunta la posibilidad de que los independentistas impongan la reforma del reglamento para que Puigdemont pueda votar por skype. En buena lógica, la reforma reglamentaria sería recurrida y anulada de nuevo por el Tribunal Constitucional. Y vuelta a empezar.

Llegado a este punto, sería deseable, y obligatorio, que los principales protagonistas de este laberinto de locos subieran a reflexionar a la sierra de Collserola. Desde lo alto, verían la Barcelona majestuosa, abierta y cosmopolita que construyeron nuestros antepasados y que ahora se empeñan en destruir.

Experimentar atajos peligrosos, tener compañeros de viaje poco recomendables y oír consejos interesados que sólo buscan la división y el cansancio conducen a Tabarnia.

 

 

 

 

 

Por Conrad Blásquiz

Me llamo Conrad Blásquiz Herrero, soy periodista, consultor en comunicación y un apasionado de la información política. Soy autor del libro “Aragón, de la ilusión a la decepción ¿la Autonomía en crisis? “. Durante más de 15 años, he recorrido diariamente los pasillos del Palacio de la Aljafería, sede de las Cortes de Aragón, escribiendo sobre la actualidad parlamentaria de la Comunidad Autónoma para las páginas de El Periódico de Aragón.