Ha empezado el desmantelamiento de la térmica de Andorra. Durante los próximos 4 años, la gran infraestructura que ha determinado la actividad económica de las comarcas mineras de Aragón se irá demoliendo para dar paso a dos grandes plantas fotovoltaicas.
La térmica de Andorra ya es historia. Como testigo de cuatro décadas se mantiene la chimenea de la central, una enjuta torre de 343 metros visible desde decena de kilómetros y que es el único elemento que rompe el árido horizonte de las estepas del valle del Ebro. Esa chimenea esbelta es la segunda estructura más alta de España, incluso más que el icono parisino de la Torre Eiffel, una ferralla que de haberse levantado en Aragón probablemente hace años que estaría en la chatarra. A sus pies, tres gigantescas chimeneas de refrigeración en forma de vasija que superan los 100 metros. El conjunto le da al paisaje un tono postapocalíptico y rompe la silueta plana de esas tierras duras. El plan de desmantelamiento incluye también la demolición de esas salidas de gases contaminantes, que ahora que dejan de echar humo, porque según los que dirigen el proceso de desmontaje ya no tienen ninguna utilidad. De este modo, las obras acabarán con unos buenos cartuchos de dinamita tirando al suelo este conjunto.
La chimenea de Andorra forma parte de nuestro patrimonio, y como tal es memoria, es aprendizaje, es el recuerdo de una etapa trascendente que si nada lo remedia solo quedará en fotografías. Quieren dinamitar la chimenea y habría que recordar a las autoridades que sería perfectamente compatible la reconversión de la térmica con el mantenimiento de una estructura que podría ser un nuevo atractivo turístico, un recurso didáctico para explicar a los jóvenes el complejo proceso de la fabricación de la energía.
Ha habido voces que se han levantado para intentar que no se cometa semejante atropello. Ahí está el ejemplo del Rolde, que fue el primero en presentar un detallado estudio para justificar su preservación. En su informe ponía muchos ejemplos de estructuras industriales del pasado que se han reconvertido y hoy forman parte del paisaje y el atractivo turístico de las ciudades o los entornos que los albergan. Es indisoluble la City de Londres con la reconversión de sus muelles portuarios o las viejas naves del gas y la electricidad. La Tate Modern es un perfecto ejemplo de conversión de una infraestructura obsoleta en un fantástico museo. La Casa Encendida de Madrid es otro de los cientos de ejemplos. Hasta Chernobyl, central nuclear de los horrores, se ha convertido ahora en un gran centro de interpretación de la energía que reúne a miles de turistas cada año y ayuda a la pobre economía de esa zona de Ucrania.
Entre los partidos cunde el silencio. Solo lo ha reivindicado con algo de fuerza Teruel Existe, y me temo que esto puede ser motivo suficiente para que el Gobierno de Aragón acelere su desinterés por declarar Bien de Interés Cultural y negociar con Endesa el mantenimiento de estas chimeneas. La afición de los próceres de Aragón por la piqueta es bien conocida, así se fue especulando en Zaragoza y convirtiendo a muchos municipios de Aragón en los más feos de España (sí, también podemos presumir de que tenemos los más bonitos). Si se hubiera obrado así con industrias que dejaron de servir, hoy no existiría el Acueducto de Segovia, los molinos, las minas de Riotinto, u otras chimenas como la de la ribera del Ebro en Zaragoza o la de Terrer, que recuerdan al florenciente negocio de las azucareras de principios del siglo XX.
La chimenea de Andorra merece un poema y bien le podrían servir los versos que el ciprés de Santo Domingo de Silos le inspiró a Gerardo Diego («Enhiesto surtidor de sombra y sueño/ que acongojas el cielo con tu lanza. / Chorro que a las estrellas casi alcanza / devanado a sí mismo en loco empeño»).
Pronto habrá un molino de viento o un huerto solar por cada turolense, burbujas que también amenazan a nuestro paisaje y flora. Ya es paradójico que ahora que la chimenea de Andorra no contamina, no sirva y se tire al suelo, en un nuevo episodio de cómo pisotea Aragón su propia memoria y su patrimonio.
Antonio Ibáñez, periodista
Artículo publicado en El Periódico de Aragón