El libro “Santiago Ramón y Cajal, senador del Reino de España”, escrito por el político José María Mur y editado por Doce Robles, desvela la rica faceta humanística, política y ciudadana del sabio aragonés
Fue Premio Nobel de Medicina en 1906, investigador, sabio, pero también, senador vitalicio, inventor, viajero incansable en una época, a principios del siglo XX, en la que apenas había turistas, fotoperiodista, obsesionado por el culturismo en su juventud, rebelde y mal estudiante. En torno a la figura de Santiago Ramón y Cajal se ha creado un mito, un genio con una rica personalidad, forjada como consecuencia de sus numerosas vivencias a lo largo de una vida intensa y dilatada.
El libro “Santiago Ramón y Cajal, senador del Reino de España”, escrito por el político aragonés José María Mur, desvela la rica faceta humanística, política y ciudadana del sabio aragonés, también conocido como el ‘Leonardo Da Vinci español’. La publicación, editada por la editorial aragonesa “Doce Robles”, fue presentar el viernes en un acto público en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza con la asistencia, además del autor, del catedrático de Economía Aplicada, José María Serrano, y el investigador científico Alberto Jiménez Schumacher.
15 años en el Senado
Ramón y Cajal fue senador de 1908 a 1923, primero en representación de la Universidad de Madrid y dos años más tarde, fue designado senador vitalicio por el rey Alfonso XIII. Su presencia aportó brillantez a la Cámara Alta, Sin embargo, no aceptó ningún cargo en el Ejecutivo. No quiso ser ministro de Instrucción Pública. “Solo quiso generar opinión para apoyar sus objetivos, que eran de país, no personales, no vinculados a intereses partidistas. Luchar por intereses generales, desde la concepción que Cajal tenía de la política, la concepción griega de la Polis-Ciudadano. Somos políticos por ser ciudadanos”, explica Mur en la presentación.
Aceptó ser senador por ser un cargo gratuito y con la condición de ser independiente y no tener que adherirse a ningún partido, aunque él se sentía liberal. Iba al Senado para votar siempre a favor de Canalejas apoyando sus ideales democráticos. Hizo política aceptando en 1907 la presidencia de la Junta para la Ampliación de Estudios, o sea, desde su creación, -cargo igualmente gratuito- dirigiéndola durante 25 años, aplicando sus personalísimas ideas, expuestas en su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias, en 1898, para realizar su sueño de europeizar y modernizar la ciencia y la cultura españolas, apoyando con becas a jóvenes de valía.
“Don Santiago era una personalidad de reconocido prestigio en el extranjero y después en nuestro país. Su sola presencia en el Senado ejercía una acción tónica sobre la vida pública del país logrando (o, al menos, influyendo) que cambiaran los viejos tópicos (actualísimos hoy) denigrantes hacia la política. Ya lo dijo él: ‘No soy en realidad un sabio, sino un español”. Cajal está en política, la política merece respeto. Cajal pensaba que se podía hacer política de otra manera”.
Con 11 años, tres días en la prisión municipal
A lo largo de 180 páginas y diez capítulos, el libro describe el origen humilde de la familia Cajal, la intensa juventud del investigador aragonés, la España rural e inculta de su tiempo, los paisajes en los que vivió -Petilla de Aragón, Larrés, Luna, Valpalmas, Ayerbe, Jaca, Huesca, Gurrea de Gállego, Zaragoza, Panticosa, Valencia, Barcelona, Madrid-, sus cartas, y los viajes que realizó a Cuba siendo médico militar y por media Europa explicando sus hallazgos científicos,
En uno de los capítulos, el libro enumera las múltiples travesuras que siendo niño llegó a protagonizar un Ramón y Cajal rebelde y mal estudiante. Llegó a fabricar un cañón con el que voló la puerta del huerto de un vecino de Ayerbe. Esa travesura le supuso con solo once años que fuera encerrado tres días en la prisión municipal con el visto bueno de su padre, quien llegó incluso a exigir que no se le suministrara alimentos durante su encierro.
En otro capítulo, se explica cómo era el Senado en tiempos de Cajal, “una institución en aquel momento esclerotizada, heredera de la oligarquía del siglo XIX, notablemente envejecida, con un elevadísimo absentismo, nulo poder político e integrada por las clases dominantes de la época. Era más una Cámara aristocrática porque reunía a las clases sociales más selectas que una Cámara política con capacidad para aprobar leyes”.
El libro, prologado por el profesor Fernando Solsona, fallecido en 2020, aspira a ser “la semilla para la creación en Aragón de un Instituto de Estudios cajalianos, que promueva el conocimiento de Cajal y mantenga viva su figura y su obra. Solo así Aragón reconocerá lo mucho que debe a este sabio irrepetible, orgulloso de ser aragonés y español”, concluye Mur.
Artículo publicado en el Diario.es Aragón