El presidente in pectore del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, se paseó hace unos días por Zaragoza, aprovechando que le iba de paso entre Barcelona y Madrid, en el marco de esa gira singular que emprendió por España para convencer a los militantes de lo que ya están convencidos: de que es el único que puede sacar al partido del atolladero en el que se encuentra.
Y también vino a dejar claro ante sus votantes que él no es Pablo Casado. Se acabaron los insultos y los malos modos. Bienvenidos la moderación y el diálogo. El hombre de la mano tendida vestía atuendo clásico, muy pepero: Jersey azul oscuro, de pico, camisa blanca y vaqueros. Su tono, pausado, cada vez menos gallego y más españolizado. Su voz apenas se eleva, sino es para desplegar su dilatada experiencia como gestor público, mientras exhibe orgulloso sus cuatro mayorías absolutas en Galicia. Experiencia también en parar al populismo en la tierra gallega, como descalificó a Podemos. Se olvidó, consciente o inconscientemente, de incluir a Vox en el capítulo de los populistas. Y, por último, experiencia en la construcción de un partido. Recordó que sustituyó al frente de los populares gallegos al mismísimo Manuel Fraga, que ya es sustituir debió pensar más de uno en la sala, llena hasta los topes.
Ahora le toca reconstruir un PP muy tocado tras el paso del tándem Casado-Egea, una etapa negra que los militantes y simpatizantes populares ansían olvidar cuanto antes. Núñez Feijóo tuvo un recibimiento mesiánico de un Jorge Azcón exultante, que se deshizo en elogios hacia el líder. Azcón dejó para otra ocasión aclarar si optará a la DGA en las próximas autonómicas o se quedará en la Alcaldía. Cuanto más tiempo pasa más acuciante se hace que desvele la principal incógnita.