Lo de amar mucho a España y odiar a la mayoría de los españoles nunca lo he entendido bien. Es como si te encanta el cine, pero aborreces las películas. Exactamente, ¿qué es lo que aman de España?: ¿Los campos de golf? ¿A relaxing cup of café con leche in plaza Mayor? ¿La historia nacional, según Pío Moa? ¿Los desfiles militares? ¿La paga a final de mes? Un teniente general retirado, Emilio Pérez Alamán, ha desenfundado el sable para añadir más ruido al que ya existe desde redes sociales, chats de Whatsapp y otros foros.
En una carta a la ministra Margarita Robles, expresa su devoción a España, pero lamenta el rumbo que sigue el Gobierno de coalición. Y le exige un giro de timón. Por supuesto, ni condena las salvajes expresiones de otros oficiales en reserva, esos que querían fusilar a veintiséis millones de ciudadanos, ni parece ser consciente del odio enfermizo y la sensación de inseguridad que él y otros viejos guardianes de la patria están transmitiendo a la población.
El caso es que muchos militares españoles están saliendo del armario en su dorada jubilación para decirnos qué tenemos que votar, qué opciones políticas habría que perseguir, qué grande era España con Francisco Franco y qué poco respeto nos tuvieron cuando eran oficiales en activo y juraban defendernos. Personalmente, esa gente no me produce ninguna sensación de asco, miedo, preocupación o indignación. Me dan lástima por ser tan cobardes e hipócritas y porque nos han enseñado que debajo de esos uniformes impolutos, detrás de esa escrupulosa marcialidad y en lo más profundo de sus pomposos discursos sobre el amor que nos profesaban, el honor y la lealtad, en realidad no había otra cosa que desprecio y traición.
Javier Lafuente, periodista