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Vivimos tiempos de excesos. Excesos de una pandemia que se dispara, y de políticos españoles que han hecho del coronavirus su campo de batalla; excesos de un incombustible Trump y de su mafia golpista, y excesos de Filomena, que ha dejado España, no solo Madrid, como un erial congelado.
Llevamos solo dos semanas de este 2021, y lo cierto es que este año ya está resultando ser excesivo. El presidente Javier Lambán parece haberse apuntado también a la moda de lo excesivo. El líder socialista colgó el fin de semana pasado en su cuenta de Twitter fotografías del temporal en Aragón asegurando que “no parece que el cambio climático vaya a suponer necesariamente la desaparición de la nieve”. Un tuit cuestionando el cambio climático que desató un tremendo revuelo en las redes sociales. Llovieron más de 2.000 comentarios en pocas horas recriminando la actitud negacionista de Lambán.
Apenas se había secado de este primer charco en el que se metió el solo, quizás para agradar a la gente de la montaña, cuando el presidente aragonés hizo otro comentario excesivo.
Respondió a un periodista, tras reunirse con los municipios del Pirineo, que no iba a pronunciarse sobre la posibilidad de levantar el confinamiento provincial para evitar que se le quedara “otra vez cara de gilipollas”, si finalmente no se podían levantar las restricciones. Pudo ser más cuidadoso en sus palabras, más políticamente correcto, pero prefirió una expresión coloquial, sincera si se quiere, pero excesiva para un presidente autonómico. Cara de gilipollas.
La misma cara de gilipollas de muchos ciudadanos prudentes que han cumplido las normas esta Navidad y que ven impotentes cómo se dispara la curva de infectados; la cara de gilipollas que se les queda a muchos sanitarios que luchan desde marzo denodadamente contra el virus y cada día ven más llenas las Urgencias y los hospitales, o la cara de gilipollas que deben poner muchos científicos que reclaman con insistencia un confinamiento total que desoyen unos políticos cobardes que han preferido salvar la Navidad, aunque ello implique saturar las UCIS.
¿Qué pensarían el miércoles los alcaldes y empresarios del Pirineo cuando Lambán les prometió un plan de empleo sin concretar cifras y que el Gobierno va a pagar parte de los forfaits de las estaciones de esquí cuando todo vuelva a la normalidad? En fin, el cuento de la lechera, versión postcovid.
Seguramente, a más de uno se le quedó cara de gilipollas.