El Gobierno de Aragón cuatripartito tiene la mejor oposición posible: la que pone el acento de sus objeciones en la política nacional. Cada exabrupto hacia Pedro Sánchez, a los bilduetarras, a los pérfidos podemitas comunistas (qué faena ha hecho Pablo Iglesias volviendo al anonimato) cada recogida de firmas contra los indultos a los separatistas o cada viaje a Colón dan aire al Ejecutivo autonómico, que vive plácidamente mientras el PP y Ciudadanos se distraen en Aragón siguiendo la estela de las críticas que marcan sus direcciones nacionales. Sin bilduetarras, ni golpistas, ni pérfidos podemitas comunistas (ni siquiera Pablo Echenique parece que sea diputado aragonés de un partido que gobierna en la comunidad), la política aragonesa se encuentra en un perpetuo letargo.
Estamos en el ecuador de una legislatura que ha estado condicionada por la gestión de la pandemia. Tras el verano, y con un horizonte epidemiológico favorable, llegará el momento de incrementar la oposición sobre asuntos locales. En el Ayuntamiento de Zaragoza, el partido que ganó las elecciones pero la aritmética no le permitió sumar la mayoría ha empezado a aumentar la presión sobre el Gobierno municipal del PP y Ciudadanos (con la ultraderecha apoyando). Lola Ranera, portavoz del PSOE, ha empezado ya a subir la intensidad de la oposición al alcalde, Jorge Azcón, e intentar contradecirle cuando este, para neutralizar a la socialista, atribuye al edil Alberto Cubero todo el liderazgo de la oposición. La estrategia socialista comienza a apreciarse y tras el verano será más evidente.
En las Cortes de Aragón es paradójico que el principal peso de la oposición parlamentaria la lleve el único diputado de Izquierda Unida, Álvaro Sanz. Mientras, la mayoritaria oposición conservadora pasa del cuatripartito y prefiere atizar a la gestión política que se ha ce en Madrid. De los dos partidos principales de la oposición es francamente difícil encontrar en uno de ellos, Ciudadanos, un reproche político a la gestión del cuatripartito. Es muy llamativa la beligerancia de su líder, Daniel Pérez Calvo, con las políticas de ámbito nacional; mientras es prácticamente imposible encontrarle una crítica al Gobierno aragonés, y es frecuente su adhesión inquebrantable y un reconocimiento al liderazgo político que ejerce Javier Lambán como presidente de la comunidad autónoma.
Resulta llamativo que una pandemia que ha supuesto un desgaste grande de muchos gestores, en Aragón haya servido para reforzar los liderazgos de Lambán y Azcón. Como ha sucedido con otros líderes autonómicos, como Isabel Díaz Ayuso o Alberto Núñez Feijóo. Se podría considerar que es un respaldo a su gestión de la pandemia, pero también tendrá algo que ver que han podido trabajar con una oposición más leal o más despistada. Yo, en cualquier caso, aplaudo a todos aquellos líderes políticos, de cualquier signo, lugar e ideología, que no han utilizado la pandemia como arma de desgaste político.
Por todo ello, la segunda parte de la legislatura será distinta. Esta ya va cuesta abajo, y el otoño y el invierno será el turno de los procesos orgánicos internos en los que cada partido rearmará sus direcciones y sus estrategias para afrontar con buenas expectativas las elecciones autonómicas y municipales de 2023 (siempre que no haya un adelanto, de momento descartado, en las votaciones a las Cortes de Aragón).
Azcón y Lambán han tenido la habilidad de contentar a los poderes que mandan en Aragón sin tener que presentarse a las elecciones y hacerlos partícipes de los grandes asuntos de la comunidad y la ciudad, lo cual facilita mucho cualquier gestión política a la vez que complica sobremanera la labor de oposición. En el caso de las políticas autonómicas, hay otra situación que la dificulta: los grandes proyectos estratégicos del cuatripartito son también compartidos por el PP y Ciudadanos, con lo que es difícil criticar lo que en el fondo se ve con buenos ojos y también se apoya. Pero en esta segunda parte de legislatura añadirán intensidad a su oposición local. Porque ni una recogida de firmas ni un viaje a Colón inquietan lo más mínimo al Gobierno autonómico. Es más, lo refuerzan.
Antonio Ibáñez, periodista
Artículo publicado en El Periódico de Aragón