Populismos como el de la extrema derecha encuentran en algunos comportamientos del resto de los partidos un buen caldo de cultivo
Hay muchos factores que podrían explicar el auge de la extrema derecha y otros populismos que, lejos de contribuir a mejorar la vida política y pública, han contribuido a enturbiarla. Entre todos los factores que se analizan para entender el comportamiento de un electorado que vota seducido por determinados mensajes hay uno que considero que muchas veces pasa desapercibido. Es el deterioro institucional y del sistema ejercido por los partidos de larga tradición. Cuando se contribuye a desprestigiar el sistema, o cuando se actúa de una manera en la que parece reinar la impunidad, se está favoreciendo a su deterioro, y se establece un margen de desconfianza que alienta determinados fenómenos. O esto se lo toman en serio o solo podemos ir a peor.
El ejemplo más reciente de este deterioro es el acuerdo exprés que han alcanzado esta semana el PSOE y el PP para renovar algunos de los órganos más importantes del Estado. En una mañana resuelven lo que durante años estuvo bloqueado. Es difícil creer en el sistema cuando cualquier ciudadano medianamente informado observa el cambalache entre ambos partidos para elegir a los magistrados del Tribunal Constitucional. Perfiles muy políticos, con actuaciones controvertidas en el pasado, otros con un marcado acento ideológico… Quienes tienen que redactar e interpretar jurídicamente la Carta Magna no pueden salir de las veleidades del Félix Bolaños o Teodoro García Egea de turno. En esos cambalaches se pacta el nombramiento de un defensor del pueblo, Ángel Gabilondo, que apenas compareció en la campaña electoral en la que le barrió Isabel Díaz Ayuso. Gabilondo es una figura muy respetable, pero a sus 72 años y con ese aire de estar de vuelta de la política, percibirá anualmente un sueldo público de más de 125.000 euros para una institución apenas relevante. Será su adjunta Teresa García Becerril, víctima del terrorismo y a la que todos respetamos y acompañamos en su dolor, pero que ese sea su principal aval, según García Egea, para ocupar un puesto en esa institución, también suena a cambio de cromos. También es difícil creer en el sistema cuando los que vinieron a reformarlo actúan igual que los que antes criticaban y se mantienen en el escaño a pesar de una condena, aunque esta pueda ser tan cuestionable como otras que en el mismo sentido se están dando en los últimos tiempos. Porque el Derecho tampoco está exento de ser interpretado de forma sesgada, lo que también puede generar a veces un quebranto del propio sistema.
Puede crecer el populismo cuando sube día sí y día también el megavatio y un político prácticamente retirado pero que exprime en los platós su habilidad dialéctica, Antonio Miguel Carmona, se acaba sentando en el consejo de dirección de una gran eléctrica con un sueldo estratosférico. La calidad democrática corre riesgos cuando son cada vez mayores las presiones políticas y las de los lobis empresariales. El propio presidente del Gobierno así lo admitió antes de serlo en una entrevista a Jordi Évole. ¿Hay algún motivo para pensar que ahora son las cosas distintas?
Se pone en peligro el sistema cuando cada día surgen nuevas informaciones escandalosas sobre el Rey emérito y se mantiene con fondos públicos la cobertura de su seguridad en su huida lujosa y ni el Congreso quiere investigar ni ahora lo ve muy claro hacerlo la Fiscalía. Se pone en peligro el sistema cuando los partidos celebran congresos y los que antes se odiaban ahora son muy amigos y se juntan en la misma dirección todo en aras de una mejor gestión del poder, que es en lo que principalmente se han convertido los partidos, simples estructuras de control y gestión del poder. Oímos hablar de nombres, de candidatos y de críticos, pero no sabemos nada de sus propuestas programáticas, de su debate ideológico. Parece que en los tiempos de los liderazgos todo eso pasa a un segundo plano.
No corren buenos tiempos últimamente para creer en el sistema a la vista de estos y algunos otros ejemplos. Sin embargo, siempre hay tiempo para revertir esta percepción. Es imprescindible que se pongan a ello.
Antonio Ibáñez, periodista
Artículo publicado en El Periódico de Aragón