El Parlamento aragonés aprobó el jueves la reforma del Estatuto para suprimir los aforamientos políticos y garantizar una representatividad mínima de catorce diputados por provincia. A la espera de su ratificación en el Congreso, la decisión salió adelante por unanimidad en La Aljafería. En el aire flotó la afirmación de la consejera de Presidencia, Mayte Pérez: suprimir el aforamiento es imprescindible por tratarse de un privilegio anacrónico que distancia al político del ciudadano y que alimenta los populismos. Del turno de intervenciones me llamó la atención la de David Arranz, diputado de Vox, por proclamar en el hemiciclo, una vez más, el propósito vital de su partido: acabar con el Estado de las Autonomías. Se trata de un objetivo que nos puede parecer disparatado, pero no deja de ser un objetivo. Y se supone que la fuerza ultraderechista lo habrá estudiado muy a fondo desde todos los puntos de vista y no será pura palabrería.
Para mí, por razones de coherencia, la cuestión entonces es para qué se presenta a elecciones autonómicas un partido que no cree en lo que hace. Si es para dinamitar el Estado autonómico y fundar virreinatos por el país, Vox sabe que es una tarea casi imposible, porque necesita una reforma de la Constitución que exige el apoyo de una mayoría nunca alcanzada en el Congreso. ¿Cuánto tiempo puede tardar en obtener esa mayoría que ni el PSOE de Felipe González disfrutó? ¿Veinte años? ¿Ochenta? ¿Desaparecería en el intento? Y en ese largo periodo de tiempo tendríamos a diputados de Vox en todos los parlamentos autonómicos que no creen en su trabajo, que no aportan ideas, compromiso y entusiasmo para mejorar el sistema que les cobija. Y que les financia.
Articulo publicado en El Periódico de Aragón