Después de haber escuchado en directo en la Ser, el pasado viernes, el fallido debate en el que Rocío Monasterio chuleó a presentadora y resto de invitados, quiero compartir una reflexión. Se ha hablado mucho de equidistancia, de escuchar a todas las partes y darles voz, aunque lo que digan sea terrible. Pues después de pensarlo mucho, creo que no.
Ya sé que la ley tiene mecanismos para que, si se traspasan los límites, actúe la justicia. Pero también creo que hay gentuza que se aprovecha de la observancia de las normas que siguen la mayoría de las personas para estirar los límites como un chicle, para enfangar, insultar e intimidar. Y yo no quiero jugar con sus reglas, porque voy a salir perdiendo. Porque no entiendo la vida como una confrontación, ni creo que haya personas que tengan menos derechos que otras por el color de su piel o por su procedencia o por su tendencia política. Incluso creo que las personas que votan a Vox son igual de respetables que las que votan a otros partidos, de verdad.
Pero me niego a jugar a un juego en el que yo sigo las reglas y el de enfrente, no. Y me niego a jugarlas con un compañero (Ciudadanos) que ha hecho del buenismo, de la falsa equidistancia, su seña de identidad. Porque no le daría la espalda, por si me vende. En Madrid ya no hay centro que valga, por eso les va a ir tan mal. Y no es que los bloques sean la izquierda y la derecha.
Son, a un lado, los constitucionalistas, y al otro, Vox. Tampoco creo que Podemos y Vox sean dos caras de la misma moneda. De eso, nada.
Podemos quiso cambiar el mundo y asaltar los cielos; Vox quiere reventar el mundo, a secas. Me horroriza lo que veo, pero me alegro de haberlo visto, porque así soy más consciente.
Marian Rebolledo, periodista
Artículo publicado en El Periódico de Aragón