A muchos monárquicos les sigue indignando que un republicano se comporte como tal, que sea coherente con sus ideas y no acuda, por ejemplo, a actos oficiales que acaban convertidos en homenajes encubiertos a la monarquía. Es lo que ha ocurrido esta semana, el pasado 23 de febrero, durante la conmemoración institucional del cuarenta aniversario del frustrado golpe de Antonio Tejero. Los afines a la Corona consideran que faltar a esa cita, celebrada en el salón de Pasos Perdidos del Congreso, ha sido un desprecio a la memoria de la democracia y al orden constitucional. Por si fuera poco, la única formación de inclinación republicana que asistió, Unidas Podemos, causó tanta o más indignación, al no aplaudir el discurso del rey Felipe VI de Borbón.
Pero lo que ocurrió no fue solo la conmemoración del último suspiro del franquismo, sino un calculado tributo al rey emérito, Juan Carlos I de Borbón, por su papel en las dramáticas diecisiete horas que transcurrieron desde la entrada de Tejero al Congreso hasta su rendición. El jefe de Estado actual le echaba flores al anterior, que casualmente es su padre y está bajo sospecha por asuntos muy turbios. Sin duda, una oportuna efeméride para lavar una imagen muy deteriorada. Nunca he sostenido teorías conspiratorias sobre la participación del emérito en el golpe; no me parecen creíbles ni lógicas. Pero tampoco pienso que hiciera nada extraordinario aquella noche. Unos cumplen como fontaneros, electricistas, abogados, mecánicos o conductores. Él cumplió como jefe de Estado en un momento delicado. Era su trabajo. Un trabajo muy bien remunerado, que sirve para toda la familia y que a veces, cada cuarenta años más o menos, se complica un poco.
Javier Lafuente, periodista
Artículo publicado en El Periódico de Aragón