Se empieza rezando frente a una clínica y se acaba acosando, insultando y, a veces, amenazando a las mujeres. Ocurre en este país y en otros muchos civilizados donde las leyes aprobaron el aborto como un derecho tan esencial como el derecho a ser madre. Ignoro si rezar antes de llamar asesina a una mujer es muy católico, pero da bastante miedo. Muchas mujeres han tenido que atravesar pasillos de personas que, con abierta hostilidad, las increpaban, las intimidaban y las mortificaban, como si tuvieran que sufrir un calvario antes de ponerse en manos de los médicos. Al igual que en otras épocas muy oscuras de la Historia, eso es la antesala de la barbarie. Luego un diputado de Vox llama bruja a una parlamentaria socialista y todo parece encajar en esa siniestra cacería que los ultracatólicos practican desde hace mucho tiempo. Es inútil razonar con ellos, porque entienden la vida como los terraplanistas entienden el planeta. Por eso es fundamental que el Código Penal castigue a los autores de esos intolerables hostigamientos que no tienen nada que ver con la libertad de expresión.
«Rezar frente a una clínica abortista está genial», nos explica una asociación católica durante estos últimos días. El lema que ha aparecido en carteles y marquesinas de varias ciudades aspira a ser desafiante. Ya puestos a rezar en plan provocador, lo que sorprende es que esos fervorosos creyentes, esos guerrilleros de la fe, no se hayan desplegado con sus oraciones, pancartas y demás parafernalia por aquellas parroquias donde pederastas infames abusaron de niños durante décadas. A muchos de ellos les destrozaron la vida. Callar frente a esos delitos también debe estar genial. Debe ser la hostia, vamos.
Javier Lafuente, periodista
Artículo publicado en El Periódico de Aragón