Lo que más admiro de historiadores como el catedrático y escritor Julián Casanova (Valdealgorfa, Teruel, 1956) es que nunca echan mano de la vehemencia para hacerse oír, de la hipérbole para hacerse comprender y de la revancha para desmontar mitos y falacias. Lo hacen con pasmosa facilidad, sin elevar el tono de voz ni añadir mayúsculas o exclamaciones. ‘El pasado oculto: Fascismo y violencia en Aragón (1936-1939)’ (1992), que Casanova escribió con Ángela Cenarro, Julita Cifuentes, María Pilar Maluenda y María Pilar Salomón, es un ejemplo práctico de cómo exponer el horror de la masacre franquista sin un adjetivo de más. El hallazgo de la realidad criminal, basado en la investigación, no necesita mayor énfasis. Estas virtudes, incluida la del rigor, son comunes entre los grandes historiadores, pero él consigue ser ameno y didáctico a la vez en sus libros, sus conferencias y su presencia en los medios. Durante la pandemia, nos ha ofrecido por Internet entretenidas lecciones de la historia contemporánea, algo muy de agradecer cuando estás encerrado en casa.
El escritor turolense ha sido galardonado con el Premio de las Letras Aragonesas 2020 por su larga trayectoria, su calidad científica, el vigor y la agilidad de sus ensayos, su voluntad de comunicar y el compromiso social de su obra. Es obvio destacar que se lo merece, como Ana Alcolea, Juan Bolea, José Luis Corral, Agustín Sánchez Vidal o Manuel Vilas, por citar a los últimos ilustres. En estos tiempos en que los bulos, la capacidad de mentir sin ningún tipo de vergüenza, la exageración premeditada y la voluntad de engañar nos están asfixiando a todos, es un alivio que reconozcan a los historiadores por su obra y su compromiso.
Javier Lafuente, periodista
Artículo publicado en El Periódico de Aragón