“Mi sueño de Aragón se ha cumplido”. A Juan Antonio Bolea, que fue presidente del primer Gobierno preautonómico, se le iluminaba la cara al pronunciar con orgullo estas palabras en enero de 2020, un año antes de fallecer. “Hace 40 años, Aragón estaba totalmente abandonado por el Gobierno central. Ahora, la transformación ha sido brutal”, asentía, emocionado, sentado cómodamente en el sillón de su salón comedor, el mismo escenario que cuatro décadas antes había sido testigo del primer almuerzo oficial entre Bolea y el entonces presidente catalán, Josep Tarradellas.
Bolea fue el encargado de acometer la dura labor de empezar a vestir el Aragón preautonómico, que nació desnudo. La incipiente Diputación General de Aragón no existía jurídicamente. No tenía sede oficial, sino que ocupó de forma provisional varios despachos ubicados en la actual sede de la Diputación Provincial de Zaragoza. Tampoco tenía funcionarios para echar a andar (se organizaron con celeridad procesos selectivos para cubrir las primeras plazas), no había presupuesto y ni siquiera el nuevo Gobierno disponía de un coche oficial. La DPZ cedió un viejo y destartalado Renault 4L que acumulaba más de 400.000 kilómetros y con el que Bolea realizó las primeras visitas al territorio. Curiosamente, el primer vehículo, un SEAT, se compró a raíz de la invitación de Tarradellas para que Bolea visitara Barcelona.
La autonomía empezó su andadura impulsada por la ilusión de la sociedad aragonesa y de sus gobernantes, que acogieron la llegada en 1982 de la General Motors en Figueruelas como el motor definitivo que necesitaba la economía aragonesa para caminar en su nueva etapa
Tras aquellos inicios de aprendizaje continuo, la autonomía empezó su andadura impulsada por la ilusión de la sociedad aragonesa y de sus gobernantes, que acogieron la llegada en 1982 de la General Motors en Figueruelas como el motor definitivo que necesitaba la economía aragonesa para caminar en su nueva etapa. El 10 de agosto de 1982 se aprobó el Estatuto de Autonomía y, posteriormente en 1983, se celebraron las primeras elecciones autonómicas. El Gobierno que salió de las urnas, presidido por el socialista Santiago Marraco, se centró en cimentar la construcción de un proceso autonómico que, superado el golpe de Estado de Tejero, era ya imparable y que ha supuesto un antes y un después en el desarrollo social, económico y territorial de Aragón.
La victoria socialista del 8 de mayo de 1983 en las primeras elecciones autonómicas supuso en gran medida un bálsamo para la agitada y larga transición política de Aragón. Hasta esa fecha, el Aragón preautonómico había transcurrido entre la ilusión generalizada por el inicio de una época nueva surgida tras la muerte del dictador y las tensiones políticas constantes que provocaba la construcción del Estado Autonómico.
El clima de conflicto originado por el incipiente proceso autonómico era tal que, entre 1978 y 1983, en apenas cinco años de preautonomía, Aragón tuvo cuatro presidentes. Fueron mandatos breves, algunos brevísimos, e intensos. Todo un récord de interinidad y de inestabilidad política, que deja bien a las claras lo difícil que resultó en sus orígenes el nacimiento autonómico.
Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía tomaron enseguida la delantera y, amparadas por el artículo 151 de la Constitución, ingresaron en la denominada vía rápida del proceso autonómico.
Fue un parto muy complicado, porque Cataluña, País Vasco, Galicia y Andalucía tomaron enseguida la delantera y, amparadas por el artículo 151 de la Constitución, ingresaron en la denominada vía rápida del proceso autonómico. Una situación de privilegio que hizo disparar las alarmas del resto de autonomías que, como Aragón, fueron incluidas en el pelotón de las comunidades de vía lenta. Los Pactos Autonómicos suscritos por UCD y PSOE el 31 de julio de 1981, que consagró la España de las dos velocidades.
El hecho de que Aragón no fuera reconocido como catalanes o vascos, provocó la dimisión de Bolea. Se fue pocos meses después de Adolfo Suárez.
A Bolea le siguió el también ucedista Gaspar Catellano, que cambió la Presidencia de la DPZ por el Gobierno de Aragón. Encabezó dos gabinetes sucesivos de la UCD y gobernó entre 1981 y 1982, un tiempo corto, pero muy difícil, lastrado por la debilidad del partido de Suárez y los bajos índices de popularidad como consecuencia de la aprobación de la vía lenta para el Estatuto de Aragón. Tras la aplastante victoria socialista en las elecciones generales de 1982 y el descalabro de UCD, Castellano dejó el Gobierno en manos de José María Hernández de la Torre, quien estuvo en el cargo durante 75 días, hasta que fue relevado por Juan Antonio de Andrés, miembro destacado del Partido Reformista de Aragón. El paso de De Andrés por la DGA fue también efímero, duró apenas seis meses. Desde finales de 1982 hasta las elecciones autonómicas de mayo de 1983.
Ningún partido ha gobernado en solitario, lo que ha alterado notablemente la vida política en la que han primado los pactos y las coaliciones electorales de diverso color político
El PSOE logró 33 de los 66 diputados de las Cortes de Aragón. Se quedó a sólo un escaño de la mayoría absoluta y tuvo que gobernar en solitario con apoyos puntuales del PCE y del CDS. El desenlace de las primeras elecciones autonómicas fue un adelanto de lo que ha venido aconteciendo en cuatro décadas de autonomía aragonesa: ningún partido ha gobernado en solitario, lo que ha alterado notablemente la vida política en la que han primado los pactos y las coaliciones electorales de diverso color político: PP-PAR; PAR-PP; PSOE-PAR o el actual cuatripartito formado por PSOE, PAR, CHA y Podemos.
En cuatro décadas de autonomía, Aragón ha tenido ocho presidentes: Santiago Marraco (PSOE), Hipólito Gómez de las Roces (PAR), Emilio Eiroa (PSOE), José Marco (PSOE), Santiago Lanzuela (PP), Marcelino Iglesias (PSOE), Luisa Fernanda Rudi (PP) y Javier Lambán (PSOE). Hasta la etapa de Marcelino Iglesias, ningún líder político había repetido mandato. Iglesias estuvo doce años. Lambán alcanzará los ocho años al final de esta legislatura, en mayo de 2023.
Aragón no ha sido ni es tierra de ningún partido político en particular, y, en consecuencia, es tierra de todos. La historia electoral de todos ellos ha marcado su vida orgánica y también la vida política y el desarrollo económico y social de la Comunidad Autónoma.
Artículo publicado en El Periódico de Aragón