Decíamos hace unas semanas que el curso político empezaría realmente cuando el presidente de Aragón, Javier Lambán, convocara a los grupos políticos presentes en la Estrategia Aragonesa de Recuperación Social y Económica para reeditar la escenificación del consenso del que tanto se ha presumido durante esta pandemia. Y así fue ayer, aunque el desenlace del encuentro con el líder del PP, Luis María Beamonte, evidenció que la complicidad política que ha encontrado en la oposición el presidente aragonés durante la gestión de la pandemia (a diferencia de lo ocurrido en la política estatal) ha llegado a su fin.
Si en los tiempos más duros de la crisis sanitaria la oposición en Aragón evitó la utilización de un drama como herramienta política, con la bajada de la incidencia de casos y la paulatina vuelta a la normalidad parece lógico que Beamonte se distancie de esa unidad. Fue positivo que todo el espectro ideológico aragonés, salvo la extrema derecha, arrimara el hombro ante una situación tan grave. Pero también es cierto que esa cohesión ha servido para disimular los posibles errores en la gestión del Gobierno de Aragón y afianzarlo políticamente gracias a la paz social generada ante semejante caldo de cultivo, con el beneplácito añadido de los sindicatos y la patronal, especialmente su presidente, la flamante Medalla de Oro de la Ciudad de Zaragoza y exconcejal del PP, Ricardo Mur. Por tanto, es lógico que en un escenario epidemiológico más favorable los partidos comiencen a distanciarse. Y más cuando, según el portal de transparencia de Aragón, los 273 puntos de esa estrategia se han cumplido al 93% y, por tanto, se entraría en otra etapa en el desarrollo de ese pacto. Ese elevadísimo porcentaje de cumplimiento, que en más de una ocasión los partidos de la oposición han cuestionado discretamente y que es difícil de contrastar de forma independiente permite a la oposición iniciar una nueva etapa en la que acentúe su acción política y su obligado papel fiscalizador del Gobierno autonómico.
Romper el consenso en esta mesa no está reñido además con una oposición constructiva y responsable, que es lo que se debe exigir siempre a la oposición, sin que ello vaya en demérito de la contundencia y la presentación de propuestas y alternativas a una forma o un modelo de gestión. Es decir, tan positiva es la eufemística transversalidad de la que hace gala el cuatripartito como lo es una oposición que controle y discrepe con firmeza sin caer en oportunismos y demagogias.
No es tampoco casual el momento en el que Beamonte, que hasta ahora ha tenido un perfil de oposición discreto, ha tomado esta decisión. El ecuador de la legislatura ya ha pasado y se entra en el tercer curso, el realmente decisivo para presentarse a la carrera electoral con opciones de ganar. Y ahí los partidos deben tomar posición política, algo a lo que no es ajeno el PP en toda España. Tras la convención de los populares en Valencia, de la que trascendió una fingida euforia por el baño de masas acaecido en la plaza de toros levantina, toca traducir ese subidón de autoestima en acciones reales en los territorios, y más en aquellos en los que, como en Aragón, se está en la oposición. Si a esto le sumamos los congresos de los partidos, que el PP debe acometer con toda probabilidad el próximo mes, Beamonte debe dar un golpe de efecto político si quiere presentar ante Génova las credenciales suficientes para ejercer su candidatura a la reelección en el caso de que así se decida.
De este modo, el PP tiene las manos más libres para ejercer una oposición más contundente, del mismo modo que IU, que se reunirá la próxima semana con Lambán y que ejerce el único papel de oposición a la izquierda del cuatripartito. Las dos formaciones lideran el control a la gestión del Ejecutivo y se puede decir que la legislatura y la acción política entra en una etapa nueva.
Antonio Ibáñez, periodista
Artículo publicado en El Periódico de Aragón