Con la que está cayendo en Madrid, parece que lo que ocurre aquí, lo doméstico, carece de importancia e incluso algunos buscan precisamente que pase percibido. Madrid DF arrasa con todo. Pero no deberíamos pasar por alto que en Aragón, vivimos tiempos en los que se ha normalizado lo que hasta hace poco era anormal e incluso era inaceptable y rebasaba los límites de lo permitido. Jorge Azcón se ha apuntado a la moda de normalizar lo anormal. Como ha fracasado en lograr el apoyo de Vox, hace un año su ex socio, a sus segundos presupuestos, el responsable de la DGA ha preferido no llevar las cuentas a las Cortes y eludir su obligación legal. También ha evitado pasar por el inseguro trance de intentar aprobar el techo de gasto, el trámite previo a las cuentas. El director general de Presupuestos trabaja ya en el proyecto de 2026, que, de seguir así el clima político, está también condenado al fracaso. Mientras, el consejero de Hacienda, Roberto Bermúdez de Castro, ha reconocido en una entrevista a EL PERIÓDICO DE ARAGÓN que existen posibilidades reales de que el Gobierno agote la legislatura sin haber aprobado ningún presupuesto hasta mayo de 2027.
Lo normal sería, al menos hasta hace poco lo era , y lo es en otros países europeos, que Azcón, a la vista de la situación de ingobernabilidad que le atenaza, se sometiera a una cuestión de confianza en las Cortes o convocara elecciones anticipadas. Ni uno ni lo otro. Se trata se seguir contra viento y marea en el Pignatelli y barnizar esa realidad anormal con una capa de normalidad. Se suceden los anuncios de inversiones sin saber muy bien de dónde saldrá el dinero con unos presupuestos prorrogados.
En las Cortes de Aragón, se han normalizado las ruedas de prensa convocadas de forma precipitada sin dar margen de tiempo a los periodistas, que siguen por internet la intervención del busto parlante de turno, que suelta su rollo sin preguntas incómodas ante un auditorio vacío. Una normalidad nada normal heredada de tiempos del Covid y que se beneficia de la precariedad laboral de los medios de comunicación, incapaces de atender con sus redactores a todas las convocatorias públicas.
De forma peligrosa se han convertido en normales los durísimos ataques que los diputados de Vox escupen desde la tribuna de oradores del Parlamento aragonés contra los menores migrantes no acompañados. En uno de los últimos plenos, el portavoz de extrema derecha, Alejandro Nolasco, los culpó de “apuñalamientos, robos, agresiones sexuales que hay de manera casi semanal“. Y en definitiva de ser los únicos responsables de los problemas de inseguridad que, según él, se repiten en Zaragoza a diario.
Lo dijo sin inmutarse, sin aportar pruebas que demostrasen su realidad y que las estadísticas oficiales de la policía desmienten tozudamente. Pero él a lo suyo, con su habitual tono agresivo y, como también es habitual, sin que le parara los pies la presidenta de las Cortes y militante de Vox. La presidenta de la Cámara es la culpable de haber normalizado en el debate parlamentario las constantes salidas de tono de sus compañeros de partido. El reglamento de la Cámara permite atajar esta situación, pero actúa como si con ella no fuera la película, ajena a la avalancha de descalificaciones que, a juzgar por su actuación, debe compartir. Ante esta situación de anormalidad normalizada, ¿a qué esperan los grupos políticos a movilizarse contra los constantes desprecios de Vox hacia unos indefensos niños que huyen de sus países en busca de una vida mejor? Hace tiempo que se han rebasado los límites de la libertad de expresión. No todo cabe en el saco del discurso parlamentario.
Aquel “A la mierda” de José Antonio Labordeta es, 25 años después, un piropo si lo comparamos con el barriobajerismo de ahora.