Llegó la hora de la verdad. Ahora ya podemos desenmascararnos. Vacunados y no vacunados. Con osadía y temor, con alegría y con respeto, con estupidez y riesgo. Depende del grado de civilidad y sentido común de cada cual. Algo en lo que no debemos confiar demasiado. Más que nada por la cuestión del bien común, es decir: la salud. Tema importante aunque sea en verano y con el turismo por bandera.
Parece que hemos aprendido muy poco del verano pasado: toda apertura masiva supone repunte, contagios colectivos y una nueva ola que nos lleva en octubre al confinamiento. Otra vez, de nuevo, enmascarados y agotados por la frustración de no haberlo conseguido. Tampoco es tan difícil de entender cómo gestionar este principio de libertad. Poder respirar el aire cuando estamos al exterior, sin muchedumbres y disfrutando al máximo de una inspiración profunda, del mar, de un paisaje, de la brisa y del viento. Y del grupo familiar cuando esté controlado.
El secreto es fácil: llevar la mascarilla con nosotros siempre. En el bolsillo, en el bolso, como fiel testigo de que la pandemia no ha acabado y que el bicho y sus variantes asesinas está ahí. Esperando cualquier descuido para anidar en nuestro cuerpo. Y por extensión, en el de las personas más próximas. El verano acaba de empezar y los repuntes de contagios aparecen rápidos. Una alerta para que nos contengamos en nuestra recién inaugurada libertad pandémica. Hay cuatro situaciones imprescindibles de respetar: mascarilla hasta la nariz en ascensores, trenes y medios de transporte colectivos; en interiores, en ámbitos familiares con otras personas y de ocio. Lo de meterse en un avión todavía es un riesgo si no es urgente. Y que las autoridades no den carta blanca para que los megabrotes descontrolados nos inunden de nuevo.
Tenemos que aprender a vivir con ciertas limitaciones para repartir las parcelas de libertad. La hostelería no es todo en este país, por mucho que presionen y se quejen de pérdidas millonarias. A quién no le gusta que permanezca abierto el bar de la esquina, como cantaba Sabina. Sin embargo hay muchos otros sectores profesionales que esta maldita epidemia ha hecho cerrar la persiana para siempre. Proyectos que no se mueven y una parálisis general en el ánimo de personas desempleadas o con contratos basura, de esos de usar y tirar, porque así es como tratan algunas empresas a trabajadores cualificados en estos tiempos de incertidumbre y también de abusos. Si nos quitamos la mascarilla habrá que empezar a enfrentarse con la verdad y mostrar la verdadera cara de las cosas. Si hay que prohibir vuelos se prohiben para no seguir con esta locura del turismo de botellón y de las fiestas masificadas sin talento. Permisividades que no aumentan la economía de un país; considerado por otros como la casa de tócame Roque.
Nos hemos desenmascarado con ilusión y ganas de avanzar. Pedro Sánchez con los indultos, Felipe Vl cumpliendo su deber, las vacunas como tabla de salvación. Vivamos pues un verano seguro y responsable, y que el turismo «abierto» no se convierta en nuestra tabla de salvación y de confinamiento.
Margarita Barbáchano, periodista y escritora
Articulo publicado en El Periódico de Aragón