Cuesta mucho entender que el 9,1% del personal sanitario en Aragón no se haya vacunado todavía contra la covid. Teniendo en cuenta que muchos de ellos tendrán contacto con pacientes, acojona ponerse a adivinar si tu médica de cabecera, el jovial enfermero que te ayuda en el hospital o tu dentista de siempre formarán parte de ese inquietante porcentaje. Algún portavoz de la Sanidad aragonesa ha afirmado que vacunarse es una decisión individual. Eso es muy discutible. Una decisión individual sería viajar en moto sin casco, a riesgo de lesiones y multas: lo que pueda pasar solo afecta al motorista.
Pero la pandemia exige una red de lucha y resistencia en la que dependemos de la solidaridad de los demás, como los demás necesitan la nuestra. Puedes cumplir a rajatabla con todas las directrices de precaución, pero mal vamos si el vecino se pone a toser sin taparse en el ascensor, si al chulito del autobús no le apetece ponerse la mascarilla o si el cirujano que te opera a centímetros de tu rostro no cree en las vacunas.
Sira Repollés, consejera de Sanidad del Gobierno de Aragón, destacaba hace unas fechas que los facultativos que no se hayan vacunado establecerán, a buen seguro, unas medidas de protección muy rigurosas en el trato con el paciente. No es un mensaje que nos tranquilice, porque las protecciones más fiables, que se sepa, son la vacuna y la distancia. Ignoro si ese 9,1% se niega por cuestiones religiosas o culturales, por pereza, miedo, desconfianza, ideología o vaya usted a saber, pero se me ocurre que tal vez unos cuantos se equivocaron al elegir una vocación que necesita valor y solidaridad, entre otras cualidades, pero no exactamente prejuicios.
Javier Lafuente, periodista
Artículo publicado en El Periódico de Aragón