Hace casi quince años que pisé por primera vez el Palacio de la Aljafería y nunca pensé que allí pudiera aprender algo más allá del arte y de la historia que encierran su muros. Tras casi dos meses siguiendo comisiones, comparecencias ciudadanas, sesiones de control al Gobierno, trabajando mano a mano con los que están en la sombra, puedo afirmar que he aprendido de política, pero política de la buena, de la alejada del ruido mediático y de la descendiente del pactismo aragonés.
La crisis sanitaria y económica que estamos viviendo ha evidenciado también una
crisis política que nos está llevando a una polarización de los partidos y consecuentemente de la sociedad. Pero, ante el debate a nivel nacional que busca abrir heridas y conseguir el titular para ocupar unos minutos en las tertulias televisivas, en Aragón hemos demostrado tener voluntad política en pos del diálogo y del consenso. Claro está que las diferencias de los partidos siguen existiendo, pero tal vez por el talante dialogante de nuestro Presidente o por la oposición constructiva que están haciendo los grupos que no están en el Gobierno o por ambas a la vez, esas diferencias se han visto difuminadas.
Si la política nacional se pareciera un poquito más a la aragonesa y un poco menos a la madrileña, que parece que es la única que existe, nos iría un poco mejor a todos.
De este tiempo observando de cerca al legislativo aragonés, hago un balance más
que positivo, posiblemente por las bajas expectativas con las que empecé. Como la
mayoría de la sociedad, yo también había caído en los típicos tópicos de la clase política: que si los políticos no hacen nada, que si no les importan los problemas reales de la personas, que si son todos iguales etc. Si la gente tuviera la oportunidad de vivir más de cerca el trabajo que implica ser un representante de la sociedad, como he podido hacer yo, se generaría un relación de confianza y esa desafección, cada vez más extendida, desaparecería en gran medida.
Mi paso por las Cortes de Aragón ha sido un regalo. Y, a pesar de haber visto sus luces y sus sombras, digo que ha sido un regalo porque me ha abierto los ojos, me ha dado una capacidad crítica que antes no tenía y me ha dado conocimientos de causa para formarme una opinión.
Por eso, y aunque suene un poco pretencioso, me veo con la capacidad de decir que si la política nacional se pareciera un poquito más a la aragonesa y un poco menos a la madrileña, que parece que es la única que existe, nos iría un poco mejor a todos.
Ana García Arias
Estudiante de 4º de Derecho