Casi desde el primer minuto de vida del Estatuto de Autonomía de 1982, se empezó a hablar de su urgente reforma. Surgieron las prisas tras la firma en enero de 1985 del acuerdo que daba por concluido el desarrollo competencial del Estatuto. Desde Madrid se advirtió que se había llegado al techo competencial. Lo advirtió el entonces todopoderoso número dos del PSOE, Alfonso Guerra. Pero se equivocó. El proceso era ya imparable, si bien tuvieron que pasar de 20 años hasta que en 2007 vio la luz el Estatuto actual y que igualaba a Aragón a las autonomías más avanzadas, como Cataluña, País Vasco y Galicia.
Hasta la aprobación del Estatuto considerado de Autonomía Plena se sucedieron los acelerones en la reforma, los frenazos, las dudas, los recelos, las disputas. Fue la calle, la reclamación de los ciudadanos que en la década de los 90 salieron de forma masiva a exigir un Estatuto de primera para Aragón, la que marcó el ritmo de la agenda política.
El Gobierno de De las Roces prendió la mecha
El primero en prender la mecha de la reforma urgente del Estatuto fue el Gobierno del PAR, presidido por Hipólito Gómez de las Roces, que presentó un borrador en abril de 1988. El texto reconocía a Aragón como nacionalidad histórica, cuestión irrenunciable para el PAR. La formación aragonesista, que en su sexto congreso celebrado en febrero de 1990 decidió abrazar las tesis nacionalistas, opinaba que los términos región y nacionalidad no eran compatibles: “Es como decir que somos europeos y africanos a la vez”. El borrador de reforma también planteaba la dedicación exclusiva de los parlamentarios autonómicos e incrementaba el techo competencial con el traspaso de Sanidad y Educación, hasta alcanzar una paridad con comunidades de la vía rápida. El texto fue remitido a las Cortes de Aragón, pero no llegó a ver la luz. Hubo otra intentona en 1990, que también fracasó.
La ‘madre de todas las manifestaciones’
Fue en 1992, con el aragonesista Emilio Eiroa en el Pignatelli, cuando el sentimiento autonomista resurgió de forma imparable. El 23 de abril de 1992, la exigencia en la calle de mayor autogobierno se despertó de un letargo de más de catorce años con la convocatoria de lo que entonces se llegó a denominar como La Madre de todas las Manifestaciones. Más de 100.000 personas clamaron en las calles de Zaragoza a favor de mayor autogobierno. Reeditando la marcha autonomista del 78, el Paseo de la Independencia de Zaragoza se llenó de miles de aragoneses. Allí estaban prácticamente todos, incluido el entonces alcalde de Zaragoza, el socialista Antonio González Treviño, quien con su presencia lanzó un órdago a su partido, que había acordado no secundar la movilización. Una gran pancarta con el lema “Autonomía Plena. ¡Ya!” abrió la manifestación multitudinaria. En cabeza se situaron los entonces presidentes del PAR, el PP y CDS, José María Mur, José Ignacio Senao y Bernardo Baquedano, respectivamente; el coordinador regional de IU, Adolfo Burriel, y la presidenta de la Chunta Aragonesista, Azucena Lozano. También se situaron en primera fila el presidente de Aragón, Emilio Eiroa; el presidente de las Cortes, Ángel Cristóbal Montes; y el Justicia, Emilio Gastón. Este último cerró el acto con la lectura de un manifiesto-poema.
El éxito abrumador de la protesta del 23-A elevó el termómetro autonomista a niveles desconocidos hasta entonces y fue el origen de otra movilización sin precedentes, meses más tarde, ante el Congreso de Diputados, en Madrid. Aquella mañana de domingo del 15 de noviembre de 1992 amaneció con el cielo encapotado, lloviznaba ligeramente y la Carrera de San Jerónimo estaba semivacía…, hasta que, a mediodía, más de 5.000 aragoneses conquistaron la larga avenida que conduce a las puertas del Congreso de Diputados en donde la multitud desplegó una bandera gigante de Aragón, impulsada por el Canto a la Libertad, interpretado in situ por el propio de José Antonio Labordeta.
El 15 de noviembre de 1992 pasó a la historia como el día que Aragón llevó por primera vez su reivindicación autonomista a Madrid. Fue una muestra contundente de que los aragoneses no se conformaban con la vía lenta de su Estatuto, sino que querían subir al pelotón de las autonomías de primera.
Quizás sea Aragón la comunidad autónoma que en más ocasiones y con mayor perseverancia ha luchado por conseguir mayores cotas de autogobierno, y por esa razón la reclamación de más autonomía no se paró con la aprobación del Estatuto de 1996.
Artículo publicado en El Periódico de Aragón