Una se da cuenta de los años que tiene cuando la moda de la temporada ya la llevaste cuando eras joven. O cuando recuerdas perfectamente cuando llegó a casa, por correo, un pequeño ejemplar de la recién estrenada Constitución. En casa de mis padres todavía lo guardan, igual que el ejemplar del ‘¡Hola!’ del entierro de Franco, pedazo de documento histórico.
En aquel entonces, cualquier libro que caía en mis manos era un tesoro, así que cogí la Constitución, la hojeé un poco, no entendí nada y la puse en la librería, junto al ejemplar encuadernado en piel, con ilustraciones de Gustavo Doré, del ‘Quijote’. Donde los libros importantes que nadie leía jamás. Es verdad que hoy en día, salvo los opositores y los juristas, nadie lee la Constitución de pe a pa. Si lo hicieran, tal vez entenderían las increíbles filigranas que tuvieron que hacerse para crear un texto que nos hiciera recuperar de golpe cuarenta años de historia de las libertades en blanco.
De aquellos años recuerdo también el trabajo que me mandaron en el instituto sobre la futura entrada de España en la Comunidad Económica Europea (entramos en 1986, antes cuando viajabas fuera te tocaba hacer cola en la ventanilla de viajeros de fuera de la CEE, con lo europea que me sentía yo). Y si algo demostró entonces la generación del ‘baby boom’, a la que pertenezco, es su increíble capacidad de adaptación. Nacimos y crecimos en dictadura, pero nos adaptamos rápidamente a la libertad. Y todo eso lo garantizaba aquel librito que nos llegó por correo.
Este lunes veo cómo se comportan los líderes políticos el día de la Constitución, como niños enfurruñados que se caen mal, mientras la maestra Batet les lee la cartilla. Y la verdad, me da pena.
Marian Rebolledo, periodista
Artículo publicado en El Periódico de Aragón