Qué hay de lo mío

Anda Javier Lambán estos días alertando sobre las consecuencias nefastas para la gobernabilidad del país de lo que él descalifica como “cantonalismo populista”. Al presidente de Aragón le preocupa que ese modelo basado en reclamar “qué hay de lo mío” y que, a su juicio, representa Teruel Existe haya dado el salto a otras provincias, como son Soria, Zamora o Badajoz. Teme que se extienda como una mancha de aceite, lo que acabará obstaculizando a corto plazo la formación de futuras mayorías de Gobierno. Si ahora es difícil que se pongan de acuerdo los partidos con representación en el Congreso, sostiene Lambán, hay que imaginarse lo complicado que puede llegar a ser aunar voluntades en una Cámara fragmentada en grupúsculos provinciales.

El presidente aragonés expresó sus temores en voz alta en la reciente cumbre de Santiago de Compostela en la que los ochos presidentes de las comunidades más pobres del país  sin distinguir color político, en una foto conjunta digna de elogio en estos tiempos, reclamaron al Estado también “qué hay de lo mío”.

La exigencia del denominado G-8 es sensata y llena de sentido común. Son comunidades que históricamente han visto pasar de largo, impotentes, grandes sumas de dinero hacia las comunidades más ricas como Cataluña o País Vasco. Territorios que, tras el tsunami del covid, son todavía más pobres y tienen más dificultades para prestar a sus ciudadanos unos servicios de calidad. Está claro que cuesta bastante más la factura sanitaria en una comunidad con su población dispersa en un amplio territorio como Aragón o Castilla-León.   

Pero tampoco les falta razón en exigir “qué hay de lo mío” aquellas provincias que tradicionalmente han sido olvidadas, cuando no maltratadas, por los grandes partidos porque no pintaban nada a la hora de conformar mayorías de gobierno en Madrid.

Creo que es el momento de encontrar de una vez por todas la fórmula de financiación que colme las expectativas de la mayoría, antes de que lo individual se acabe imponiendo sobre lo colectivo. No se puede desperdiciar esta oportunidad después de más de 40 años esperándola. Es hora de reclamar qué hay de lo nuestro, de lo de todos.