Si no fuera puro machismo, la escena del sofá en Ankara (con Ursula Von der Layen, presidenta de la Comisión Europea; el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel; y Erdogan, presidente de Turquía) resultaría deliciosa. Es una imagen perfecta para significar casi sin palabras el machismo imperante hasta en las altas esferas del poder.
Si vemos el vídeo o se abre la imagen al plano general se ve a los tres protagonistas de la reunión europea en tierras turcas en los lugares que ocupan. Resulta obscena la soledad de la mandataria alemana relegada al sofá, muy erguida y alejada (a posta), de los dos machos alfa cómodamente sentados en sillones preferentes. Del presidente de Turquía no se pueden esperar buenos modales porque su historial le precede; pero del avispado belga por lo visto tampoco se puede esperar mucho en cuanto a cortesía, buena educación y saber estar.
No hace falta llegar a la cumbre de la política europea para saber que cuando una dama, una mujer, entra en cualquier lugar (sirve incluso un restaurante en una reunión familiar, por ejemplo) la buena educación exige que los hombres se levanten como muestra de respeto. No estoy hablando aquí de una jovencita de quince años. La rubia y elegante dama alemana, toda una autoridad en la EU, aguantó el desaire de los varones machistas sin despeinarse. Y se sentó obediente en el largo sofá como si fuera la reina Isabel II del Reino Unido ante una audiencia protocolaria. Ya se sabe que, en estos casos, los reyes y reinas son convidados de piedra y no abren la boca, solo figuran y dan lustre a los actos políticos.
En la escena del sofá solo faltó que unos sirvientes entraran en la reunión y ofrecieran a Ursula Von der Layen unas pastas de té para pasar el rato; mientras Erdogan y Michel trataban de arreglar Europa. Y no vale echar las culpas a un fallo del protocolo. Semejante estupidez cae por su propio peso. Igual que las palabras posteriores al bochorno de Charles Michel intentando justificar lo injustificable al decir que no quiso pecar de “paternalismo” con su colega europea ni crear un incidente diplomático en las delicadas relaciones europeas con Turquía.
Al aparentemente fino político belga le faltaron reflejos para parar la reunión y exigir un tercer asiento para la presidenta de la Comisión Europea, en igualdad de condiciones. Hasta el rudo y machista Erdogan hubiera dicho algo así como “por supuesto”. Hicieron el ridículo y se les vio el plumero ante el mundo.
Margarita Barbáchano
Periodista y escritora