Los padres suelen darlo todo por sus hijos e intentan tratarlos por igual. Pero cuando uno se muestra más débil, la ayuda se multiplica para echarle mil manos, las que hagan falta, para que encamine y dirija sus pasos hacia un futuro igual de prometedor que el resto de la prole. No es una norma, ni una obligación. Es la lógica que impera en la familia.
Y no es ni más ni menos que lo que lleva pidiendo Teruel hace años. Que el papá Estado se ocupe, preocupe y arrime el hombro con sus hijos menos desarrollados. Teruel, Cuenca y Soria pertenecen a un club nada selecto. Europa los reconoce como desiertos. Un páramo de vida que muchos llaman la Laponia del Sur. Los datos son tercos y no por conocidos menos escandalosos. 8 habitantes por kilómetro cuadrado en Soria, 9 en Teruel, casi 12 en Cuenca. Si hacemos un zoom a las cifras, podremos ver cómo en algunas de sus comarcas apenas se llega a un habitante por kilómetro cuadrado.
Se cumple justo un año desde que Bruselas reconociera que a estas tres provincias les hace falta tanta ayuda como la que recibieron en su día los vecinos del norte del viejo continente. A la receta que se ha revelado como una de las que más ha influido en la mejoría de su enfermedad, la despoblación, la llamaron ayudas al funcionamiento de las empresas o fiscalidad diferenciada. En los desiertos demográficos de Suecia y Noruega hace una década que los negocios de las PYMES y autónomos se ahorran el 10 por ciento de sus costes salariales. Es decir, el 10% de la suma entre la nómina y la cuota de la seguridad social. Noruega, por ejemplo, ha logrado desde entonces crear 3235 empleos y subir sueldos. Han visto crecer el número de empresas en un 11% y aumentar un 5% su población.
Europa, como digo, hace un año le dijo al papá Estado español que adelante. No fue ni fácil ni rápido. Los empresarios de Teruel y Soria lideraron la batalla y adelantaron a los gobiernos autonómicos el grueso del trabajo, porque los deberes se habían hecho hace tiempo. Las patronales viajaron al norte, tomaron nota de sus soluciones, redactaron mil informes y crearon un lobby para advertir a Europa de que ahora los desiertos avanzan en el sur y la medicina que trajo calor y vida a orillas de las aguas gélidas del mar del Norte pudieran recetarla también para el triángulo polar español. Bruselas lo aceptó, insisto, en abril de 2021. Faltaba el visto bueno del ministerio de Hacienda de nuestro país. Y 7 meses después pudimos escuchar a la ministra del ramo, Mª Jesús Montero, decir “rotundamente sí “ a la fiscalidad diferenciada, es textual. Hace solo unos días me invitaron como ponente a unas jornadas sobre despoblación en Molina de Aragón y la decepción no emigró. El presidente de las Cortes de Castilla y el presidente de la diputación de Guadalajara, delante de la ministra del reto demográfico, Teresa Ribera, le pidieron que aplicara la fórmula magistral pero en su turno obvió la cuestión y en las preguntas posteriores de los periodistas aseguró que la medida tendría que venir acompañada de otras. Nada de plazos, cero intenciones, a bajo cero otra vez la voluntad política. Porque eso es en verdad lo que hace falta. Voluntad.
En Teruel, Cuenca y Soria aspiran, no al 10% del ahorro de sus costes salariales, sino al 20%. Es el compromiso que se adquirió. Huelga decir la transcendencia de la medida visto el caso noruego. Un empresario de Mora me contaba que en su negocio, con cuatro trabajadores, la fiscalidad diferenciada le supondría un ahorro de entre tres mil y cinco mil euros al mes, más de treinta o cincuenta mil al año. La mitad de lo que le cuesta mantener una puerta abierta en su pueblo. Es el eterno debate. Por qué en los lugares donde apenas tienen los servicios mínimos tienen que pagar los mismos impuestos que en aquellos otros donde no les falta de nada. Por qué un pequeño emprendedor que abre una tienda en Aguatón, 17 empadronados que no residentes, tiene que pagar lo mismo que si decidiera instalarla en Zaragoza. Porque en el mundo rural son muchos los pueblos que no tienen médico, ni fibra óptica, ni escuela, ni bar. Llegada la hora de que retorne algo de esas onerosas tasas que pagan religiosamente para que otros, hasta ahora, se beneficien de una vida con más comodidades y servicios.
En aquellas jornadas de despoblación pude compartir mesa y tertulia con un periodista bregado en miles de debates políticos. Un hombre con años y experiencia aunque novato en la cuestión del mundo rural, diría que ajeno incluso. Nacido en Madrid, confesaba antes del coloquio que la ciudad vive de espaldas a los pueblos, que no les importa lo que ocurra con ellos. Le recordé que las ciudades sin el campo no sobrevivirían. Ante los micrófonos y la numerosa audiencia aseguraba temer que los lugares donde habitan pocos pudieran convertirse en los patrocinados del país. Qué lejos y qué solos están los pueblos. Yo regresé a mi Teruel por la carretera de la soledad, sin cruzarnos con coche alguno, con la sensación de que ese mismo camino es el que llevamos andando demasiados años. Y luego llegan los que nos llaman victimistas. Tuve que aclarar en las jornadas, una vez más, que no se puede confundir victimismo con reivindicación. Puede que a muchos de nuestros pueblos les falte vida pero se han rebelado más vivos que nunca, con la cultura, con plataformas que luchan porque no se cierre ni una puerta más, con manifestaciones de pocos pero de todos.
Claro que hay que aplicar otras medidas, no sólo la fiscalidad diferenciada. Pero esa receta funciona y está aprobada y prometida. Señores del Gobierno, déjense de excusas y pongan en marcha lo que nos corresponde a los despoblados. Los empresarios que tanto han trabajado para lograr que Europa autorice para ellos fórmulas especiales andan muy cabreados y con razón. Uno de ellos me decía que esta rebaja fiscal será para todos, pulmón en vena. Un pulmón que da oxígeno para que el corazón de sus hogares siga latiendo.
Aunque a muchos se les esté acabando la paciencia y las fuerzas para seguir adelante en el pueblo que los vio nacer, en el que les gustaría morir dejando una herencia, la más codiciada. Un futuro en más compañía. Ese padre y esa madre de los que un día marcharon a Bruselas, a Escocia, a Noruega para ver cómo habían salido de su soledad estarían orgullosos de sus hijos porque luchan por su tierra. El papá Estado debería concederles la paga, porque no se irán de fiesta, la usarán para su supervivencia. Eso no es subvencionar es simplemente una cuestión de justicia.