La aprobación de la reforma laboral en el Congreso, todo un éxito de estrategia política (y con una inmensa potra) para un Gobierno de coalición en minoría, ha revelado que la izquierda parece superar esa eterna disputa interna consistente en dilucidar si es mejor asaltar los cielos de golpe o sortear obstáculos y ascender peldaño a peldaño. En ese debate lleva casi un siglo: conducir a la clase trabajadora al paraíso o alejarla del abismo, alcanzar la utopía o mejorar la realidad, emprender la revolución entre trincheras o derrotar primero al fascismo. En el bando más pragmático se aliaron el pasado jueves Más País, Compromís, Unidas Podemos y PSOE. El independentismo de izquierda (ERC y EH Bildu) optó por ese ideario de querer o todo o nada, lo que le llevó a votar en el mismo sentido que PP, Vox y las demás fuerzas derechistas del hemiciclo.
El nombre de Julio Anguita, admirable gestor municipal y extraordinario ideólogo, surgió entre las filas del no para tratar de avergonzar a Yolanda Díaz y a Unidas Podemos, por aquello de su célebre «Programa, programa, programa». Pero Anguita es también el ejemplo de un líder de izquierdas que jamás se vio en la necesidad de ceder, por la sencilla razón de que nunca gobernó el país. Que la ministra de Trabajo salió del pleno muy reforzada políticamente resultó evidente cuando la derecha se burló de que ya no parecía ser tan comunista. A mí lo único que me chirrió de su discurso fue su habitual abuso de los vocativos («mire usted, señora Gamarra») que tanto estropea su mensaje. Es lo que le ocurre a Javier Lambán, presidente de Aragón, que suele ralentizar sus discursos con una exagerada predisposición a esos formulismos de cortesía.
Javier Lafuente, periodista
Artículo publicado en El Periódico de Aragón