Estoy contenta, casi eufórica. Cuando lean este artículo ya tendré puesta la primera dosis de vacuna contra el covid. ¡Qué felicidad y qué tranquilidad! Esperaré como agua de mayo la segunda dosis, que me toca precisamente en mayo. Entonces, creo que me enfrentaré a la vida (con la mascarilla puesta y respetando las normas obligadas en pandemia) con más optimismo y seguridad. Ese chute de alegría no me lo va a quitar nadie. Me ha costado lo suyo llegar a autocitarme en la web del Salud Informa, porque se colgaba un día sí y otro también. Y les confieso que estoy hasta las narices de las app en el móvil para gestionar mi vida burocrática y civil. Así que, en principio, me niego a colgar una app más en mi móvil. Confieso que sé hacerlo aunque no sea una nativa digital, pero prefiero —si puedo— el sosiego que me da trabajar online delante de una estupenda pantalla de ordenador. Ojalá que cuando termine el verano, jóvenes y viejos, estemos ya inmunizados. Todos con el chute puesto y esperando la segunda ronda.
Es muy importante sentirse bien para salir del agujero existencial de la vida. Eso es lo que la excelente película danesa Otra ronda (Druk) plantea con exquisita maestría y medida el director Thomas Vinterberg. Filme que ha ganado todos los premios importantes hasta la fecha y parte nominada con dos Oscar a la mejor película extranjera y al mejor director. El joven todavía director forma parte junto con el gran Lars von Trier del movimiento Dogma. Toda una medalla.
Los protagonistas son cuatro amigos, profesores de Secundaria, que estrenan la cincuentena en esa sociedad feliz que es Dinamarca, donde se tiene de todo, pero eso no impide que surja el sentimiento personal de fracaso o de aburrimiento en su entorno vital. Los cuatro amigos deciden probar una teoría basada en que bebiendo una dosis muy medida de alcohol diaria se encuentran más creativos, valientes, menos aburridos con las clases repetitivas que ofrecen a sus alumnos, y quizás en su perfecta y programada vida familiar. El guión, impecable, de la mano también de Tobias Lindholm (director de la serie Borgen) va contando la transformación más atrevida y menos encorsetada de los cuatro amigos gracias al chute que se meten. A los alumnos les encanta su atrevimiento y sus propuestas. Se ríen en clase, aplauden, se lo pasan bien. Participan. En el fondo es una peli que nos habla de la crisis de la madurez y de la grandeza de la enseñanza. Una profesión que carece del glamur de esta sociedad tan pegada al espectáculo de los idiotas.
Claro que todo depende de las medidas, de los chutes ingeridos para mantener ese ritmo. El final es magnético. Con el protagonista en el puerto, desinhibido, bailando jazz dance en la fiesta de graduación de los alumnos. Una aceptación del fracaso y una celebración de la vida y de la juventud que aun deben recorrer. Así quiero sentirme cuando me pongan la «otra ronda» de la vacuna esperada. Lo celebraré con una copa de vino. Melancolía.
Margarita Barbáchano, periodista y escritora
Artículo publicado en El Periódico de Aragón