Cortes de Aragón. 14 de septiembre de 1993. Diez horas y diez minutos
Ángel Cristóbal Montes, entonces presidente de las Cortes, fue el encargado de abrir el debate parlamentario: “Comienza la sesión, señoras y señores diputados. Treinta diputados del Grupo Parlamentario Socialista exigen la responsabilidad política de la Diputación General y de su Presidente mediante la proposición de una moción de censura. Ha escrito alguien que un Parlamento nuevo llega a la mayoría de edad cuando en su seno se debate una moción de censura. Las Cortes de Aragón, después de diez años, han llegado a este hito del parlamentarismo. Espero que sepamos -y yo el primero- estar a la altura de las circunstancias, desde el punto de vista formal -el único que me compete. Uno de los diputados o diputadas firmantes de la moción de censura tiene la palabra para la defensa de la misma durante tiempo ilimitado. El señor Tejedor tiene la palabra.”
Así fue cómo empezó a escribirse el acto político más ignomioso de la autonomía aragonesa, como define el periodista Jaime Armengol a la moción de censura que, gracias al voto de un trásfuga del PP, Emilio Gomáriz, supuso la llegada al poder del socialista José Marco apeando del Ejecutivo a Emilio Eiroa, que lideraba desde hacía año y medio un gobierno de coalición PAR-PP. Fue una sesión histórica, seguida con enorme expectación dentro y fuera del Palacio de La Aljafería, y que marcó un antes y un después en la política aragonesa. Tras el triunfo de la moción de censura, nada siguió siendo lo que había sido hasta entonces. La crispación se instaló de forma permanente en la vida pública, como también las sospechas de corrupción. Hay quien afirma que el triunfo de la moción de censura supuso el fin de la inocencia política de una comunidad que había vivido los diez años anteriores con la tremenda ilusión de crecer en autogobierno. La moción de censura supuso un mazazo para la sociedad aragonesa y el inicio de la fractura de los aragoneses con sus dirigentes.
Intereses financieros, políticos y mediáticos
En aquel episodio repudiable, en el que coincidieron intereses financieros, políticos y mediáticos, hubo tres protagonistas públicos: José Marco, Emilio Eiroa y Emilio Gomáriz. José Marco, alcalde entonces de Pedrola, disfrutaba en aquel momento de todo el poder en el PSOE de Aragón gracias al respaldo del todopoderoso Alfonso Guerra. Pero tenía la espina clavada de las elecciones autonómicas de 1991, en las que, encabezando el cartel socialista, se había quedado a sólo cuatro diputados de la mayoría absoluta. Y Marco, que encima de su pedestal como presidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, había tejido una tupida red de afines que le había catapultado a la dirección regional del PSOE y, más tarde, a la candidatura autonómica forzando la caída de su compañero José Félix Sáenz Lorenzo por medio de una maniobra que levantó muchas ampollas internas, no estaba dispuesto a renunciar a su sueño: presidir Aragón. “Gobernaré ahora, o dentro de seis meses”, anunció a sus fieles el 8 de mayo de 1991.
Marco se consideraba un rey sin trono. Y vio en Emilio Gomáriz, un personaje con una personalidad peculiar y con un marcado afán de protagonismo, la llave que le iba a abrir las puertas del Pignatelli. La estrategia que el líder socialista puso en práctica en los meses anteriores a la presentación de la moción de censura se centró, básicamente, en aproximarse al tránsfuga a través de hombres de su máxima confianza y en crear una sensación de ingobernabilidad de la comunidad autónoma con la que atraerse a los tres diputados de Izquierda Unida que, junto a Gomáriz, le permitirían conseguir la cifra mágica de 34 votos en las Cortes. La acción socialista de oposición buscó erosionar la buena imagen que en 18 meses se había logrado forjar un Emilio Eiroa desconocido por el gran público hasta su investidura como presidente de Aragón. Eiroa, de carácter afable y dialogante, apostó decididamente durante los primeros meses de su mandato por retomar la reivindicación autonomista y logró reunir a más de 100.000 personas en Zaragoza el 23 de abril de 1992 en una manifestación histórica a favor de la Autonomía Plena. Y, meses más tarde, el 15 de noviembre de 1992, llevó la reivindicación hasta las mismas puertas del Congreso de Diputados, en Madrid. Como consecuencia de esta apuesta autonomista del Gobierno de coalición PAR-PP liderado por Emilio Eiroa, los aragonesistas experimentaron un crecimiento notable en las encuestas, lo que causó malestar en ciertos sectores del partido conservador que veían cómo sus socios de coalición sacaban jugosos réditos electorales que entorpecían los anhelos del PP de liderar el centroderecha en Aragón.
El acuerdo con Antena 3TV, la excusa que desencadenó todo
Mientras, el PSOE asistía a una pérdida de popularidad cada vez mayor y depositaba todas sus esperanzas en una moción de censura triunfadora que fuera capaz de frenar la caída en picado. Tras varios meses de acoso, los socialistas se toparon con la excusa que estaban buscando para justificar la presentación de la moción de censura contra el Gobierno de Emilio Eiroa. La firma por parte de la DGA de un convenio con Antena 3 TV para la emisión de una programación específica para Aragón durante tres años a cambio de algo más de 6 millones de euros desató un escándalo político de niveles extraordinarios. En ese rechazo tajante al convenio con Antena 3 TV, Marco tuvo como gran aliado a Heraldo de Aragón, que veía peligrar su situación hegemónica en la comunidad y reclamó con insistencia responsabilidades políticas al Gobierno de Eiroa por el acuerdo televisivo.
Tan sólo un día después de que el entonces presidente del PAR, José María Mur, se mostrara confiado en unas declaraciones públicas de que Marco no iba a atreverse a presentar la moción censura, el líder socialista lanzó el órdago definitivo el 6 de septiembre de 1993. Ramón Tejedor, que fue el encargado de registrar la moción en las Cortes junto a Carlos Piquer y Antonio Oto, argumentó con estas palabras ante el pleno de las Cortes la presentación de la moción de censura: “Debo, pues, en primer lugar, señoras diputadas y señores diputados, decir que la moción, una decisión difícil y dura, la hemos tenido que tomar ante la palpable situación de ingobernabilidad en la que se encuentra sumida la comunidad autónoma, ante una situación que cada vez se hace más evidente…” “…No nos han dejado ustedes otra opción que presentar esta moción de censura. ¿Y saben por qué? porque lo que no podemos hacer, por supuesto, es evadir nuestra responsabilidad ante la sociedad aragonesa, a pesar de que somos conscientes de la dificultad que entrañaría hacerse cargo del gobierno regional en la situación lamentable a la que ustedes lo han llevado. Pero hemos tomado esta decisión, desde el Partido Socialista, en Aragón, con total autonomía y capacidad política para obrar, y quiero que esto lo tengan todos ustedes muy claro, porque tenemos la legitimidad moral y la legitimidad democrática de haber sido la fuerza política que ganó con claridad las elecciones de mayo del noventa y uno, con más del 40% de votos y con treinta escaños, y porque el tiempo, pues, nos ha dado la razón cuando decíamos que lo más razonable hubiera sido que la fuerza más votada presidiera el Gobierno; no hubiéramos perdido dos años…”
“No soy un orador barroco”
A continuación, una vez presentada la moción de censura ante el pleno, Marco defendió su programa político: “Señor Presidente, señoras y señores diputados. Yo no soy un orador barroco, ni tengo particular gusto por las artes retóricas, aunque no desconozca su importancia para un hombre público o para un gobernante. Lejos de mí el despreciarlas esta mañana, pero hoy no ha de ser en Aragón un día para la retórica..”. Quizás no haya habido en tres décadas de historia autonómica un dirigente político más retórico y barroco en sus declaraciones públicas. Y lo volvió a demostrar aquella mañana obsequiando a sus señorías con expresiones como: “En épocas de crisis aguda como la que ahora aqueja a esta Europa de la que formamos parte, parte importante, el sentido de la propia comodidad y, a veces, el instinto de la supervivencia política a nivel individual mal concebido podrían aconsejarnos, a algunos en concreto, el dejar a otros la tarea de luchar contra los problemas y el riesgo de fracasar en el empeño. Pero no compartimos esa visión miserable de la política”; “todos han de poder comprobar personalmente que su gobierno ha conseguido aquello para lo que todo gobierno democrático existe: aumentar el bienestar material y espiritual de su pueblo de forma tangible, mensurable y sensible”, “Mi gobierno logrará, desde el primer minuto de su actuación, hacer verdad lo que dijera Alfredo De Vigny: ‘para con los que gobiernan no ha de profesarse ni amor ni odio, sino el mismo sentimiento que por un cochero: que conduzca bien o conduzca mal. Eso es todo’. No aspiro a otra cosa sino a que nos juzguen por nuestra capacidad para conducir este coche en que hemos de viajar todos pondría usted en el parlamento?, ¿doctores en derecho? Pues, bien, Aragón necesita doctores en ilusión”.
A pesar de ser uno de los protagonistas de la jornada, Marco no logró focalizar la atención de la Cámara, como tampoco Hipólito Gómez de las Roces, en aquel debate portavoz del PAR, quien echó mano de su repertorio dialéctico más duro para desprestigiar la iniciativa socialista. Fue demoledor en su ataque a Marco: “No se compare con el Presidente Eiroa. El Presidente Eiroa no es altanero, como pueda serlo usted. El Presidente Eiroa jamás le llamaría a usted “oligofrénico” y ésa es una diferencia importante en un dirigente público, porque da noticia, en el caso del Presidente Eiroa, de un temperamento apacible, mientras que da noticia de que usted, señor Marco, tiene un temperamento irascible. El Presidente Eiroa es una persona normal, un líder que todos vemos cerca; usted le gana en rareza y en cierta tendencia melancólica a la misantropía. Yo no sé cómo dice usted que este pueblo necesita alegría, con esa cara de funeral… Hombre, ni usted ni yo podemos cambiar estas caras, pero es que no somos precisamente unos rostros primaverales. Tiende a la misantropía, y, aunque sea socialista -por lo menos, lo dice-, muchas veces es usted insociable”.
La felicidad de Gomáriz
Ni siquiera Eiroa, en su última intervención como presidente de los aragoneses, logró distraer la mirada de los presentes de aquel personaje delgado, con gafas y con el escaso pelo alterado, que llevaba traje cruzado y que estaba sentado en uno de los escaños del hemiciclo. En el fondo, Emilio Gomáriz estaba atravesando en aquel momento por unos instantes de felicidad. Los flashes de las cámaras y los cientos de ojos que se pegaban a su huesuda figura no dejaban lugar a dudas: él era el protagonista de la historia. Era el diputado 34, el que quitaba o daba las mayorías. Mimado hasta entonces por todos los grupos de la Cámara, salvo Izquierda Unida, pasó de ser descalificado públicamente como un enfermo mental a convertirse en su ilustrísima señoría con secretaria y despacho propio que consiguió después de que los periodistas fueran desalojados de la antigua sala de prensa. Fruto de las amenazas telefónicas que aseguró recibir, la Delegación del Gobierno en Aragón puso a su disposición escoltas de la Policía y un coche oficial. Enviaba a los medios de comunicación entrevistas que él mismo se hacía, que solía acompañar con expresiones del estilo me alegra que me haga esa pregunta o muy buena esa pregunta, con el fin de sentirse mejor tratado por una prensa que le despreció desde el primer momento.
Gomáriz, exreligioso carmelita, profesor de Psicología de la Escuela de Estudios Sociales, sabía al subir a la tribuna de oradores que aquel instante iba a ser irrepetible. Y no estaba dispuesto a desperdiciarlo. Había comenzado a marcar distancias con la disciplina de los populares seis meses antes, cuando en noviembre de 1992 abandonó definitivamente la disciplina del grupo del PP en las Cortes de Aragón y se pasó al Grupo Mixto. Fue su segunda intentona y la definitiva, porque el primer intento resultó fallido cuando recibió el cariño que su partido hasta entonces le había negado. Las consecuencias de aquel primer conato tránsfuga de Gomáriz, durante el cual tuvo tiempo de coquetear con el Partido Aragonés Independiente, un partido de orígenes nada claros, fueron minimizadas por la coalición gobernante. Pero dejó ver una vía de agua en la hasta entonces sólida mayoría de 34 diputados del Gobierno PAR-PP.
Y José Marco no estaba dispuesto a desaprovechar esa fisura que se agrandó de forma descomunal cuando Gomáriz, ya instalado en el Grupo Mixto, votó en contra de los presupuestos del Gobierno del PP-PAR para el ejercicio 1993. Fue un duro golpe para la coalición centroderecha, que precipitó los acontecimientos posteriores.
“Gomáriz no está en venta”
El día del debate parlamentario de la moción de censura, Gomáriz, como único integrante del Grupo Mixto, tenía sólo doce minutos para justificar su posición en la moción de censura. Y los aprovechó: “Quiero que quede una cosa clara, por una cuestión que he querido entender antes con relación a una respuesta suya o pregunta al señor Marco, donde aparecía, de algún modo, o lo he querido ver yo, el voto del Grupo Mixto, y si esto, de algún modo, estaba arreglado. Yo le puedo decir, señor Presidente, que Gomáriz no está en venta, y le voy a decir cómo está Gomáriz: Gomáriz está amenazado de muerte, Gomáriz tiene a sus hijos amenazados, e incluso, esta mañana, a Gomáriz una amenaza nueva de que se está formalizando un dossier para ver cómo me pueden quitar de diputado, interviniendo mi actividad profesional con relación a mujeres. Así es como está Gomáriz y cómo Gomáriz puede salir a esta tribuna, y esto no me digan que son de unos o de otros, me estoy jugando la vida por unos ideales, por unos intereses que tengo por Aragón. Y estoy cansado de oír hablar de desempleo, quiero empleo; estoy cansado de oír hablar de la Universidad, quiero que se ayude a la Universidad, quiero que se ayude a la empresa, quiero que se solucionen los problemas de Aragón, y en ello estoy empeñando mi vida. No tengo nada más que deciros. Que gane el mejor y que la Comunidad vaya adelante. Por qué digo que gane el mejor, señorías, porque parece ser que en esta sociedad nos hemos habituado a hacer espectáculo de la política, cuando la política está en la realidad, está en la calle, está en los problemas de los ciudadanos. Y si digo que gane el mejor, imagínense con qué ironía lo digo, por aquél que, realmente, pueda sacar Aragón adelante. Gracias, señor Presidente”.
Caras de incredulidad y de asombro. Marco miró a los suyos. Eiroa, con la mirada perdida, intuía, más bien sabía, que asistía a sus últimos minutos como presidente. Y ¿quién era el mejor para Gomáriz? Eiroa o Marco? En aquel instante, segundos antes de la votación, dada la peculiar personalidad del diputado 34, era total el desconcierto entre los presentes en el hemiciclo y en la expectante multitud que llenaba la tribuna de público y los pasillos de La Aljafería
Lanzuela abrió la votación
A Santiago Lanzuela le tocó por sorteo iniciar la votación. El entonces secretario primero de la Mesa, Norberto Caudevilla, del PAR, fue el encargado de llamar alfabéticamente a los diputados. Cristóbal Montes informó: “Los Diputados se pondrán en pie y, de viva voz, se manifestarán en los tres sentidos de voto indicados. Toda la lectura la va a hacer usted, señor Secretario Primero. Silencio, por favor. Va a comenzar la votación pública por llamamiento.
-Santiago Lanzuela: No.
-Gonzalo Lapetra: No…”
No hubo ruptura de la disciplina de voto. Los diputados del PAR y del PP votaron en contra de la censura. Los parlamentarios socialistas, a favor. Los tres diputados de IU, también dieron el ‘Sí’ a la moción. Y llegó el turno al diputado del Grupo Mixto.
Emilio Gomáriz García se puso en pie. La nube de cámaras se agolpó sobre su escaño. La respiración se contuvo en el salón de Plenos. Y dijo en voz alta y clara: “Sí”
El Sí de Emilio Gomáriz se esparció como un escalofrío en el hemiciclo provocando murmullos de desaprobación y exclamaciones en las filas del PAR y el PP, y felicidad y caras sonrientes entre los parlamentarios socialistas.
Eras las quince horas y veintiocho minutos del 15 de septiembre de 1993. La moción de censura había salido adelante por 34 votos a 33. En medio de un escándalo sin precedentes, Aragón empezó a escribir a esa hora la crónica más negra de su historia reciente. Fue un mandato que duró tan sólo quince meses, el periodo comprendido entre septiembre de 1993 y enero de 1995, cuando Marco fue forzado a dimitir por su propio partido. Pero fueron los quince meses más intensos y convulsos que ha vivido esta comunidad. Quince meses que arrancaron con Marco entrando en el Pignatelli como un elefante en una cacharrería sin apenas dar 24 horas de cortesía al Gobierno saliente y bailando al son de Paquito el Chocolatero en su pueblo, Pedrola. Fueron momentos de emoción intensa que, según la versión oficial, le causaron un problema cardíaco por el que tuvo que ser ingresado durante unas horas en el Hospital Provincial de Zaragoza. Quince meses en los que Marco buscó el cobijo protector de su querido Alfonso Guerra, a quien llegó a describir como “El faro que nos guía” en una cumbre surrealista en el municipio zaragozano de Nuévalos. Quince meses de anuncios ridículos que provocaban hilaridad, como cuando aseguró que iba a convertir Teruel en el Kuwait de Aragón o como ejemplo de su municipalismo abriría la cafetería del Pignatelli a los alcaldes. Quince meses en los que se disparó la tensión política y social hasta límites desconocidos provocando que una marea humana zarandeara a los diputados, especialmente a Gomáriz, mientras éstos accedían como podían a una sesión plenaria de La Aljafería. Quince meses en los que las redacciones de los medios de comunicación eran un hervidero de rumores hasta el punto de que las noticias de primera hora de la mañana se quedaban viejas a primera hora de la tarde y las de primera hora de la tarde volvían a cambiarse a última hora de la noche. Las portadas se modificaban una y otra vez. Y, en definitiva, los periodistas asistimos a una época en la que todo era posible por muy disparatado que pudiera parecer: anuncio de dimisiones en cadena de miembros del Gobierno, aparición de micrófonos en uno de los ascensores de Presidencia de la DGA, detención de un individuo en la mismísima sala del Consejo de Gobierno que aseguraba haber puesto varios artefactos explosivos en el Pignatelli… A este clima irrespirable, en el que se prodigaron escoltas, espías y extraños personajes de novela negra, contribuyó de forma decisiva la personalísima forma de gobernar de Marco, que puso en práctica métodos gansteriles y populistas más propios de una república bananera.
Sólo fueron quince meses. Pero todo cambió.