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Se ha ido Juan Antonio Bolea Foradada. El padre de Aragón, como le solíamos llamar cariñosamente los periodistas que cubríamos la información parlamentaria durante la época en la que fue portavoz del PAR. Con su muerte, se ha ido una parte muy importante de la historia reciente de Aragón. La que él contribuyó a construir en aquel primer Gobierno de la Diputación General de Aragón que encabezó.
Un Gobierno que surgió de la nada. Ni tenía sede, ni funcionarios, ni siquiera tenía coche oficial. La Diputación Provincial de Zaragoza prestó a Bolea y a su Gobierno un destartalado Renault 4 L con 400.000 kilómetros, con el que realizó sus primeros viajes presidenciales. “No teníamos nada”, me comentó en una entrevista en enero de 2020, quizás la última que concedió a un medio de comunicación. Aquellos impulsores de la autonomía aragonesa empezaron de cero, pero, sin embargo, tenían ilusión y pasión por construir el nuevo Aragón.
Bolea, juez de profesión, quería una autonomía justa, ni más ni menos que la que disfrutan los vecinos catalanes. No se conformó con el estatutito como él mismo descalificó en numerosas ocasiones desde su escaño en las Cortes, con su voz gruesa y profunda, la reforma estatutaria que PSOE y PP pactaron a principios de los 90.
Él quería la Autonomía Plena para Aragón cuando dejó la UCD, enfrentado con el partido de Adolfo Suárez por su decisión de relegar la autonomía aragonesa. Ese fue su gran objetivo de vida porque él sabía que más autonomía era sinónimo de más desarrollo y más progreso.
A Bolea no le faltó ni ilusión ni pasión en su trayectoria vital. Cualidades aragonesistas, confesó con cierta nostalgia en la misma entrevista, que sí echaba en falta ahora, más de cuatro décadas después de que Aragón iniciara su camino hacia el autogobierno.