Aunque han pasado ya tres semanas desde que entró en vigor el decreto de alarma, confieso que todavía algunas mañanas, al abrir los ojos, tengo que ‘rebobinar’ la mente para creer que esto realmente está pasando.
La verdad es que en mi caso los días transcurren con bastante celeridad. Quizás, porque al no estar hecho aún a la disciplina del teletrabajo y permanecer en casa, he relativizado bastante la norma no escrita, según la cual se desayuna, se come y se cena a unas horas determinadas.
Soy de poco dormir y tengo el sueño ligero. La radio, como siempre, es mi despertador entre las 06:00 y las 07:00. A partir de ese momento dedico las dos primeras horas del día a ponerme al corriente sobre lo que por desgracia es el monocultivo informativo, desde que esta pandemia nos ha hecho caer en la cuenta, como dice una amiga mía, de que éramos felices, pero no lo sabíamos.
A partir de las 09:00, empieza ya el cruce de whatsapp con mis colaboradores más cercanos, los resúmenes de prensa y la organización del día, según una agenda, que por desgracia se ha vuelto demasiado flexible, desde que los desplazamientos se circunscriben a la distancia que hay entre la cocina, el baño, el salón y el dormitorio. La suerte de trabajar con un ordenador portátil, eso sí, te permite ir cambiando de ‘oficina’.
A lo largo del día, siempre hay tiempo reservado para algún encuentro telemático: bien con la dirección del Grupo, con el grupo al completo o con los diputados responsables de áreas determinadas, que desde sus casas continúan también su labor, preparando iniciativas parlamentarias, para cuando retomemos la actividad en La Aljafería, o bien haciendo llegar sugerencias a las consejerías directamente implicadas en la gestión de esta maldita crisis. Somos un partido en la oposición que, sin embargo, ha tenido claro desde el primer momento que el único enemigo ahora mismo es el coronavirus y que debemos unir fuerzas con el resto de grupos, y por supuesto con el Gobierno de Aragón, para remar todos en la misma dirección y atajar cuanto antes la penosa herencia económica que nos va a dejar la pandemia.
Desde el 14 de marzo. he ido a las Cortes de Aragón un par o tres de veces, pero desde el pasado día 3, todas las reuniones son ya desde casa por vía telemática. Mantenemos encuentros con la Junta de Portavoces y de forma paralela con el presidente Lambán, acompañado de algunos de sus consejeros, que nos ponen al día de la situación, e intercambia impresiones con todos los grupos, que permanecemos en todo momento informados.
Ese teletrabajo es también la herramienta para despachar los asuntos relacionados con la gestión el partido, de cuyo Comité Ejecutivo Nacional formo parte. Mantenemos sesiones de trabajo, presididas por Inés Arrimadas, y otras entre los miembros de las distintas áreas de responsabilidad.
Por las tardes, aunque me propongo siempre dedicar un rato a la lectura, por aquello de desconectar un poco, lo cierto es que, no sé cómo, pero siempre acabo buceando entre las webs de los medios de comunicación, buscando una última hora y por supuesto, atendiendo el teléfono, respondiendo correos, whatsapp y, mi debilidad, interactuando en redes sociales (a veces demasiado).
La pandemia nos ha pillado a la familia divididos. En Zaragoza estamos mi mujer y yo. Nuestras dos hijas, que estudian fuera, han preferido quedarse cerca de la Universidad, aunque sea igualmente en régimen de confinamiento.
Salimos por separado, cuando no queda otra, a hacer alguna compra, y también a pasear a Niko, nuestro perro, un par de veces al día.
Y como en el célebre bolero, así pasan los días. Asumiendo, creo que como todos, que este hecho excepcional que nos está tocando vivir nos va a dejar retos muy complejos, que sin duda sabremos superar. Pero el gran reto a mi juicio será conseguir que todo vuelva a ser igual cuanto antes, aunque en nuestro fuero interno algo nos diga que ya no volverá a ser lo mismo.