La Sexta emitió hace unos días la película Negación (2016, Mick Jackson). Recrea la demanda que presentó el escritor británico David Irving contra la historiadora estadounidense Deborah Lipstadt y su editorial, Penguin Books, por supuesta difamación en un libro. Irving, admirador de Adolf Hitler, dedicó buena parte de su vida a tergiversar la evidencia histórica para negar el Holocausto y defender la inocencia del genocida nazi. Hábil charlatán, sarcástico y con un ego enorme, Irving pretendía deslumbrar al mundo durante un juicio que creía controlado con su palabrería. Los abogados y el juez lo pusieron en su sitio con un desarrollo judicial ejemplar, en el que quedó retratado como un burdo manipulador y un racista. Pero el filme demostró también que es fácil negar la realidad. Basta con preguntar con sorna dónde están las órdenes del exterminio, poner en duda las fotos de las víctimas y los hornos crematorios o ridiculizar las lagunas de memoria de las víctimas.
La película también nos enseña que ser negacionista es un chollo mientras se evite la confrontación con quienes puedan desmontar las falacias. Los que defienden que la Tierra es plana se atreven a proclamar que los vídeos filmados desde el espacio están trucados: saben que la NASA no va a perder el tiempo en invitarles a dar un paseo por la estratosfera. Quienes niegan el coronavirus y lanzan absurdas conspiraciones contra nuestras libertades saben que ningún médico o científico se va a molestar en enseñarles por dentro la brutal realidad que nos rodea. Viven en un mundo de fantasía, prefieren hacer el ridículo antes que ponerse la mascarilla y, salvo unas pocas multas, contagiar a mansalva les está saliendo gratis.
Javier Lafuente, periodista
Artículo publicado en El Periódico de Aragón