Me equivoqué el 28 de mayo. Creía que había que votar por Aragón y nuestros ayuntamientos. Me equivoqué cuando vaticiné que no eran tiempos de mayorías absolutas. Sólo en Teruel 71 ha logrado el PP, incluida la capital, 53 el PAR, a pesar de sus líos, 50 el PSOE, surfeando la gran ola que se le venía encima.

Me equivoqué creyendo en que la incertidumbre previa, con la certeza de que los populares iban a conseguir muchas victorias, los pactos con las múltiples izquierdas sumarían y retomarían los gobiernos después de una cura de humildad. No esperaba semejante castigo para los progresistas, los socialistas y la izquierda de la izquierda que ha desaparecido en numerosos ayuntamientos. No esperaba el regreso del bipartidismo. Y lo más preocupante, que en muchos consistorios y en el mismísimo Gobierno de Aragón la llave haya acabado en manos de VOX. Me reconforta pensar que el fascismo ha sido testimonial en Teruel con un solo pueblo en la provincia, Santa Cruz de Nogueras, bajo su mando y dos concejales en el ayuntamiento de la capital.

Creo que los únicos despistados en estas pasadas “elecciones generales” fueron los que votaron a Teruel Existe y a un PAR que ha conseguido en su feudo, esta provincia, coser una mínima parte de los jirones en que se había convertido la formación para mantener uno de los tres diputados que conservaba en las cortes aragonesas.

Los que existen han tenido un buen estreno en las autonómicas y municipales. Segunda fuerza política en la capital, con 5 concejales, superando al PSOE, y 3 parlamentarios. Pero no han cumplido sus expectativas porque de nada les sirve, salvo para negociar Alcañiz, la diputación provincial y algunas comarcas. Serán convidados de piedra en el Gobierno de Aragón, aunque el PP quiera contar con su abstención para hacer un cortafuegos a VOX no será suficiente. Nada pueden hacer en la propia capital donde la mayoría absoluta de Emma Buj (PP) dice mucho de lo conservadora e inmovilista que es esta ciudad.

Tenía que haber estado más atenta a las señales. Cuando la gente me decía que iba a votar a Buj porque para qué cambiar, cuando hasta los obreros defendían a VOX porque había que reformar este país de cabo a rabo.

No sabía que ETA había resucitado 12 años después de su rendición. Cuando ETA mataba les pedimos que defendieran sus ideas con la palabra. Avanzamos como país cuando los herederos de Franco abrazaron la democracia. Fraga fue un abanderado en la dictadura y ministro en los tiempos de la libertad. A él se lo perdonamos, pero lo de ETA es insuperable. Así ha ganado la derecha estas elecciones, resucitando el pasado porque eso es lo que quiere, volver a él. Sobre todo, porque no le va a quedar otra que pactar con los fascistas de VOX, aunque pretendan hacer el paripé y esconder sus cartas hasta que lleguen las segundas elecciones generales en pleno verano.  

Lambán ha pagado caro Canal Roya, también las renovables y la “lacra del sanchismo” que ha voceado la derecha hasta la saciedad. ¿Dónde estaba el PP cuando presenciaban los conflictos en los pueblos por los macro parques? No se sabe. En campaña sí han dicho que se iban a reordenar, pero cuando tenían que mostrar sus recelos, callaban.

Para el resto de las izquierdas, el castigo ha sido todavía mayor. Barridas por un huracán que trae vientos ultraconservadores.

El correctivo ha sido excesivo. Mientras Alemania entra en recesión, la economía de España saca pecho, con el empleo por bandera, tras derogar una reforma laboral que demostró ser pedal de la precariedad. Subiendo los sueldos, las pensiones. Con los derechos sociales marcando el camino y la igualdad escalando. La pandemia, la guerra y la inflación es planetaria. Y aún así las medidas que han puesto en marcha son opuestas a la crisis de 2008. Apoyando a los más vulnerables. ¿Está eso por encima de los socios incómodos de un gobierno que la misma derecha arrojó a sus brazos? El PSOE se lo juega todo a una carta en julio. El resto de la izquierda se examinará en las urnas, unida. Ya lo tenían que haber hecho en este plebiscito.

No viene el lobo. Ya está aquí. Muchos no ven en la ultraderecha una amenaza y lo son. Sólo ha asomado su patita. Dispuestos a cambiar las autonomías por la centralización, la educación plural por la católica conservadora, relegando la diversidad de este país y sus lenguas a un reducto. A VOX no le gusta que los catalanes hablen catalán, ni los vascos euskera, ni los gallegos gallego. Prometen ilegalizar los partidos que no hablen su propio idioma. Consideran que a la mujer no hay que defenderla de los hombres que las asesinan porque el asesinato, dicen, no entiende de género. Hablan de echar a los inmigrantes sin papeles, sea cual sea su drama y sus circunstancias. Resucitan el fantasma del trasvase del Ebro. Veo con estupor cómo la historia va camino de repetirse porque todo esto ya lo hemos vivido.

Esta semana me senté a compartir cerveza y conversación con dos mujeres rozando los setenta. Una de izquierdas, la otra de derechas. Amigas y vecinas de toda la vida. El debate fue político. Una indignada por tanto azul y verde, la otra contenta, justificando el cambio. Es que ETA, es que los catalanes, es que el sanchismo…La de izquierdas defendiendo cómo ha cambiado este país para mejor, la de derechas asegurando que vamos hacia la deriva. Pero esta última reaccionó cuando le contamos que antes había dos Españas. Una pasando hambre y penurias, otra ajena a ella, por su inmunidad, posición y privilegios. Sorprendida porque 40 años después estaba descubriendo que su vida había sido mucho más afortunada que la de su amiga y vecina. Me gustó escucharlas. Ambas reconocían los derechos sociales, apoyaban la eutanasia y el aborto, aunque no estaban de acuerdo en que las menores pudieran llevarlo a cabo sin los padres. La de derechas reconocía que muchos conservadores se han divorciado y salido del armario gracias a los avances progresistas. Sin reproches, ni gritos. Ahí hablaba el corazón. La una se alegraba de que a su amiga le fueran bien las cosas después de una infancia y juventud tan duras.

Eso es la política. El instrumento que gobierna nuestro modo de vivir. Y eso es la democracia. El piano con el que tocar una melodía que suene a igualdad de oportunidades, a mejorar la vida de todos. A propiciar la convivencia. Y en VOX y me remito a su programa no veo un resquicio de reconciliar sino de dividir a un país al que cada día entiendo menos. Tenemos otras elecciones, éstas sí, generales. Yo votaré por la convivencia, por la democracia, por el respeto. Atrás queda un pasado gris, del que nadie debe sentirse orgulloso. Cuánto hemos cambiado desde entonces. Sólo espero que en julio el espejo no no nos devuelva las canas de un país viejo y anclado en el pasado

Por Conrad Blásquiz

Me llamo Conrad Blásquiz Herrero, soy periodista, consultor en comunicación y un apasionado de la información política. Soy autor del libro “Aragón, de la ilusión a la decepción ¿la Autonomía en crisis? “. Durante más de 15 años, he recorrido diariamente los pasillos del Palacio de la Aljafería, sede de las Cortes de Aragón, escribiendo sobre la actualidad parlamentaria de la Comunidad Autónoma para las páginas de El Periódico de Aragón.