El pasado jueves seguí por Internet el pleno de las Cortes de Aragón. Es un ejercicio balsámico, por el tono y la actitud de sus señorías en La Aljafería. Escuché términos tales como prudencia, sosiego, diálogo, calma, conciliador, esperanza, avances, gracias, gracias a usted, política constructiva, estupendo, equilibrio o conformidad. Fue como asistir al concierto de La Primavera, de Antonio Vivaldi, tras muchos días de suplicio con Eres un cabrón, hijoputa, de la serie South Park, que parece la melodía de cabecera del Congreso y del panorama nacional. No nos engañemos: en la política aragonesa existen muchas divergencias y algún que otro mal gesto. Pero la clave reside en cómo lo expresan, sin rencores ni mala leche. Hubo un momento en que pensé que Darío Villagrasa, la gran promesa del socialismo aragonés, se iba a lanzar a repartir abrazos por todas las bancadas. La pandemia, más que el pudor, le retuvo.
Javier Lambán, presidente de Aragón, y Luis María Beamonte, líder de la oposición, se han referido en ocasiones al secreto de la armonía política de nuestro territorio. Será el talante, el carácter aragonés, la sensación de paz del palacio de La Aljafería, la impresión de cercanía, el cierzo, el humor, la humildad u otras características propias. Me atrevo a apuntar un factor básico: las televisiones no siguen el ritmo diario de las Cortes ni del Gobierno aragonés; nuestra clase política no tiene a treinta cámaras detrás, que siguen cada gesto y cada palabra; no existen programas específicos sobre la actualidad aragonesa; y la falta de una agobiante presión mediática exime a sus señorías de réplicas brutales, malos deseos, astracanadas y odios irracionales. Mejor así. ¿O no?
Javier Lafuente, periodista
Publicado en El Periódico de Aragón