Si el alma de Teruel pudiera recogerse en algún lugar sería, sin duda, en las entrañas de su querido torico. Por eso cuando se desplomó el 19 de junio, aquel día se rompió también el alma del pueblo que hace siglo y medio lo convirtió en su símbolo. ¡Ha caído, ha caído! gritaba en la plaza un camarero que tiende la terraza cada mañana a su lado. Uno de los operarios recogía entre sus brazos como el que intenta calmar a un bebé, al malherido torico, lo envolvía en una manta y lo metía en un vehículo. Llorando, Patricia, que pasaba por ahí, justo en ese fatídico momento, aseguraba que le parecía haber visto caer las torres gemelas. Quizás les parezca desmesurado, pero es lo que sienten por el pequeño animal y siguen de duelo.

Aquel domingo, la alcaldesa, la popular Emma Buj, muy afectada, aseguraba que en una semana tendríamos repuesto el símbolo. Puedo entenderlo porque, ante la desgracia, alguien tiene que animar al resto y lanzar un mensaje de optimismo, aunque me pareció precipitado. El diario de Teruel se hizo eco de sus prisas, lógicas porque la vaquilla y la escalada al torico estaban a la vuelta de tres sábados. Pero también recogió la crítica de expertos en patrimonio escandalizados por la celeridad y urgencia anunciada para restaurar el monumento. “Se va a hacer mal y pronto”. Quizás eso fue el acicate para que Buj rectificase al día siguiente. Eso y que la dirección general de patrimonio decidiera intervenir y revisar todo el proceso.

Apostadas las dos el domingo junto a la mutilada columna le pregunté a la alcaldesa qué había sucedido y si iba a abrir una investigación. Me explicó que, al desmontar una de las dichosas sirgas que sujetaban 23 cuerdas, el torico se derrumbó. No iba a investigar nada, estaba claro. Luego la presión mediática, la política y patrimonio le obligaron a presentar informes sobre el desastre. No había autorización para esa instalación, ni expedientes previos. Solo por eso, aquel montaje fue en sí mismo una negligencia. Eso le reprochó toda la oposición, salvo los dos concejales del PAR, que pidió reiteradamente a la alcaldesa dimisiones. Hasta su socio de gobierno, Ciudadanos, tachaba el error de grave y le pedía que depurase responsabilidades. Pero nunca llegaron. La alcaldesa se escudó en que la columna podría no estar en buenas condiciones primero, en desviar la atención al lanzar la sospecha de que el torico no fuese el original, después. Nos hizo pensar que este “accidente” nos pudo salvar de otro mucho mayor, si se hubiera caído en la vaquilla. Consulté a muchos arquitectos. Ninguno quiso hablar ante los micrófonos, aunque fuera de ellos confesaban que la instalación era una “barbaridad”. La columna, lo dicen los que la restauran, no corría peligro de colapso.

Quizás no mintió la señora alcaldesa, pero no dijo la verdad. La maquilló, puso además en entredicho el honor del torico, desmentido después por voces acreditadas. Se aferra Buj a que puede ser una fake, una falsificación. El director del museo, donde lo estudiaron en los 90, mostró su indignación y certificó que la falsedad procedía malintencionadamente de la propia alcaldesa. También el historiador Alfonso Casas asegura que el torico caído es el original.

Muchos piensan que la alcaldesa no gestionó bien la crisis. Todo lo contrario. Fue un plan orquestado para salir indemne y lo consiguió. El símbolo no cayó, lo tiraron y no hay nadie que vaya a pagar por eso. Sí afrontó su multa un aficionado del Real Madrid, semanas antes, cuando subió hasta el torico para colocarle la bufanda de su equipo que acababa de ganar la champions. En la calle, la gente confiesa que esperaba un perdón que tampoco llegó. Quizás las urnas de la primavera que viene recuerden la afrenta.

No sé cómo acabará esta historia de infortunios porque una mala idea puede dar al traste con la tradición más arraigada en Teruel. La que escala hasta el torico para colocarle el pañuelo. Parece que este julio no habrá problema porque treparán hacia una réplica. Si continúa o no, cuando el monumento culmine su restauración, lo dirán los expertos.

Al torico lo mandaron a Zaragoza, como le ocurre a todo turolense enfermo de gravedad. Aunque ahora esperamos su vuelta a casa. Porque finalmente será el museo el que lo examine y extienda la receta que le cure sus mutilaciones. Como obra de arte, no tiene ningún valor. Ni siquiera es bien de interés cultural. Ahora hay quien piensa que, cuando vuelva a ser el que era, deberían depositarlo en el museo de Teruel. Es el símbolo. Desde su pedestal lleva siendo testigo de la vida de la ciudad 150 años. Creo que los turolenses no querrían verlo encerrado entre muros. Necesitan que siga presidiendo la suerte y las desgracias de la ciudad, las reivindicaciones y las fiestas que le dedica su pueblo. Para los de aquí tiene un valor incalculable. Solo cuando curen sus heridas, coserán también el alma rota de los turolenses. Nadie esperará ya un perdón porque, para entonces, las cicatrices habrán desaparecido y la anestesia que han inoculado ahora los que gobiernan no será necesaria. El dolor se refugiará en la amnesia. El torico habrá vuelto a casa. 

Por Conrad Blásquiz

Me llamo Conrad Blásquiz Herrero, soy periodista, consultor en comunicación y un apasionado de la información política. Soy autor del libro “Aragón, de la ilusión a la decepción ¿la Autonomía en crisis? “. Durante más de 15 años, he recorrido diariamente los pasillos del Palacio de la Aljafería, sede de las Cortes de Aragón, escribiendo sobre la actualidad parlamentaria de la Comunidad Autónoma para las páginas de El Periódico de Aragón.